Eduardo Gallego Cebollada: El sentimiento de culpabilidad en Última noche en Granada




Eduardo Gallego Cebollada: Filosofía, psicología y literatura de la culpa. El sentimiento de culpabilidad en la novela "Última noche en Granada" . Es el título completo del trabajo de este alumno de la Universidad de Zaragoza que nos cede para que sea publicado en el blog:



Introducción



"Gran descanso es estar libre de culpa"


Estas nobles palabras escribió Cicerón, uno de los padres de la oratoria romana. Y en efecto, no se equivocaba. Pero ¿quién no ha sentido nunca que su conciencia revolotea, que intenta escapar dejando atrás los fallos cometidos? Es el remordimiento. El remordimiento que sigue a la culpa.

Todos nos hemos debatido alguna vez entre dos posturas, escogiendo una u otra alternativamente hasta adoptar una firme resolución. El desconcierto es algo muy humano. Pero si hay algo humano es el errar, y salvando a los necios que nunca se arrepienten de sus actos, las personas a menudo experimentan un sentimiento de culpabilidad, un desasosiego que tiene como génesis el arrepentimiento por una acción perfecta, entendiéndola como acabada.

Pretendo situar con estas breves líneas en el tema sobre el que trabajaré: la culpa en la mente de Luis Castillo, protagonista de Última noche en Granada, obra de Francisco Ortiz y su relación con otras obras literarias.

En una intención por clarificar el proceso de la escritura y mis propias ideas estructuro esta reseña de la siguiente manera:

-El sentimiento de culpa como móvil de la historia, tomando como base la propia novela puntualizaré algunas páginas en las que la culpa se hace patente y presiona a Luis, a la vez pretendo tender un puente hacia la Filosofía y la Psicología apoyándome especialmente en Nietzsche y Freud.

-El segundo tema descrito será la relación de la novela, más concretamente de este sentimiento áspero y angustioso, con otras obras en la literatura. Predominarán aquí las referencias a la tragedia griega, a libros mundialmente conocidos y a la literatura existencialista.

Antes de comenzar esta reseña, quisiera agradecer cordialmente a Francisco Ortiz sus aclaraciones y la diligencia en sus contestaciones. De otra manera, yo habría estado perdido entre un marasmo de información.



1. La filosofía de la culpa en la novela


Desde mi punto de vista inexperimentado, el primer rasgo que llamó mi atención en la lectura de Última noche en Granada fue la personalidad existencialista del protagonista. Ciertamente, Luis es un hombre particular: soltero, pero integrante de un “affaire” romántico; ex-policía; trabajador nocturno, etc. Ya solo estos aspectos de su vida condicionarían a cualquier persona no positivamente, a mi juicio.

La vida de Luis se desarrolla de una forma un tanto marginada o anormal, a ello hemos de sumar la incertidumbre que provocaría en un sujeto mantener una relación sexual y afectiva con una mujer casada. En este aspecto he podido concebir a Luis como un alumno privilegiado de Zenón. Pero, como sucede a menudo, las apariencias engañan y Luis Castillo no es un estoico, muy al contrario vive una situación de incertidumbre completa, de inseguridad: un dilema moral. No debían sentir algo muy diferente quienes marchaban hacia Tebas y se topaban con la esfinge. La causa de su alienación es su secreto. Su sentimiento de culpabilidad por haber matado alguien en el pasado. Es este arrepentimiento zozobrante lo que define el comportamiento de Luis y da estructura a la novela.

Surge una pregunta al respecto: ¿Hasta qué punto la culpa es culpa de uno mismo?, esto es, ¿es solamente el individuo el único responsable de sus actos y su manera de actuar? Como sucede a menudo, no hay una sola respuesta y sí varias divergentes. Tomaré aquí ejemplos de la filosofía y psicoconducta:

Tenemos por un lado a Nietzsche para quien “el hombre que falto de enemigos y resistencias exteriores, encajonado en una opresora estrechez y regularidad de las costumbres […] este loco, este prisionero añorante y desesperado fue el inventor de la “mala conciencia”. Empero, vemos que Luis no estuvo falto de resistencias exteriores. Por otra parte, sí fue víctima de una angustiosa estrechez, de una decisión impulsiva o, al menos, poco premeditada cuando se le encargó el asesinato. Tanto en el capítulo IV, durante la visita a Pedro, como en el capítulo V, durante su conversación con Eladio, el motivo de la presión externa y la culpa dejan profunda huella en la lectura.

También para Sartre la culpa reside en el individuo, aunque podemos vislumbrar la esperanza a través de “la nausea”. Efectivamente, en Sartre el individuo es un individuo libre, pero no a todos los efectos puesto que el hombre libre siempre está condenado a elegir y sólo él es responsable de sus actos. Parece que Luis se adapta más al traje tejido por Sartre, como demuestra el final de la obra con la elección del protagonista. Esto se refleja sobremanera en el diálogo final entre Luis y Beatriz (páginas 122-123).


2. La psicología de la culpa en la novela


Hasta ahora solo hemos mencionado filósofos, es más, únicamente a dos. No pretendo plantear otras visiones de la culpa como la que tuviera Kierkegaard, para quien el origen del sentimiento de culpabilidad en los humanos nace de su propia consciencia al descubrir que no son perfectos. También hemos visto como estos filósofos atribuyen la culpa de la culpa a un Yo individual. No quiero enraizarme en esta visión, pues pensadores de la talla de Freud, quien fue el maestro del psicoanálisis, contemplaban la culpa desde otra perspectiva.

Y poniendo como ejemplo al mismo terapeuta analítico y su juicio mencionaré que la culpa es anterior, en muchas ocasiones, al delito. Esto fue lo que postuló Freud, quien habiendo examinado a varios pacientes que podían hacer gala de una moral digna de mención en los libros de ética, contempló como muchos de ellos habían cometido hurtos y diabluras varias. Sigmund llegó a la conclusión de que “estas travesuras” no habían sido cometidas malintencionadamente, sino por el mero hecho de ser conductas tabú o comportamientos prohibidos.

La conciencia de culpa afloraba en los individuos cuando las figuras paternas descubrían al individuo. La culpa, a menos que se expiara poco a poco, se estructuraba a cada paso hasta el punto de provocar el trauma en la persona. El Ello (pulsiones e inconsciente primitivo) era el responsable de estos comportamientos y los padres al reprimir al niño los impulsos de amor y sexuales solo colaboraban a acrecentar dicho trauma.

En la página 51 el protagonista reflexiona brevemente sobre la educación recibida. No se señala a la madre como instigadora del sentimiento de culpabilidad, pero el Luis deja entrever muy ligeramente los falsos valores en los que fue educado: la idea de pecado, las pautas de comportamiento ya caducas, etc. En este sentido la madre es contemplada como una deidad omnividente, Luis llega incluso a dudar de si su madre conoce su crimen. Y es que ya sabemos todos lo difícil que resulta mentirle a una madre.

Recapitulando brevemente, podríamos decir que el móvil de la novela, esto es, el sentimiento de culpa, está profundamente marcado por una visión filosófica y psicológica de la vida. Estas marcas se combinan y disponen a lo largo del relato para dar vida a la conciencia de Luis Castillo.




3. La culpa en la literatura precedente


He hablado de la culpa en las anteriores líneas y de sus diferentes concepciones desde diversas ramas de estudio. Resulta arduo esclarecer la palabra sin tener en cuenta más de una disciplina específica. Moviéndonos por la definición de la RAE presenciamos distintas acepciones. La derivada del vocablo latino es: “Imputación a alguien de una determinada acción como consecuencia de su conducta”.

En un sentido abstracto esto sería suficiente, pero la literatura, en su calidad de ente universal, no queda satisfecha con una sola definición. Así, ya en algunos de los primeros testimonios literarios, como podrían considerarse los bíblicos, la culpa adquiere otra dimensión: la de “pecado o transgresión voluntaria de la ley de Dios”, que entona más con un carácter teológico.

La visión de Adán, Eva y aquella víbora incitante ya fue duramente criticada por Nietzsche. En la religión católica los neonatos son portadores de una pequeña mancha en su conciencia. Este pecado original es una deuda enfermiza con una divinidad supraterrenal, por ello la moral judeo-cristiana y todos los valores que predica son contrarios a la naturaleza humana. No por ello la pareja del Edén deja de constituir un primer gran símbolo del peso del sentimiento de culpabilidad en la literatura.

Empero, anterior a la doctrina cristiana cohabitaron en Europa muchas religiones. Especialmente influyente en occidente fue el legado grecorromano. Para nuestros antepasados helénicos la culpa era entendida como el sino del héroe: Edipo estaba predestinado a matar a Layo y casarse con Yocasta, podría haber evitado sacarse los ojos, pero Sófocles supo que esto reforzaría la catarsis de su tragedia); Heracles, durante su locura, mató a sus propios hijos; Medea es el prototipo de mujer impía que también acaba con sus retoños y así una larga lista.

En efecto la culpa pesaba en estos personajes como una sombra, no podían librarse de ésta y aquello era lo que daba lugar a la tragedia. El individuo clásico no tenía posibilidad de elección, estaba subordinado a las directrices de las Parcas o Moiras, solo era posible resignarse a su destino.

La Edad Media es heredera en muchos sentidos de la mentalidad cristiana. Las nociones de Dios, pecado y salvación fueron impuestas a los feligreses por diferentes vías. El adoctrinamiento de la población y la censura inquisitorial no dejó que la literatura explorara nuevos horizontes. La culpa fue de Adán y Eva y de nosotros continuaría siendo.

El renacimiento y humanismo marcan una nueva tendencia. Entre las concepciones trágicas de mayor calibre hay que mencionar los dramas shakesperianos, en los que odio, celos y venganza ocupan las primeras filas. Shakespeare, en su calidad de dramaturgo, no dejó pasar la oportunidad que le brindaba un sentimiento como la culpa para dar forma a una de sus tragedias más conocidas: Hamlet.

Aunque en Hamlet prima la venganza, la culpa ya está ahí de antemano. La culpa es de otro. Hamlet es en este sentido un justiciero y por tanto se tendría que analizar la figura de Claudio, culpable del crimen. Shakespeare no descuida este punto y en varios de los monólogos del antagonista el sentimiento de culpabilidad domina la escena.

CLAUDIO.- Aunque la muerte de mi querido hermano Hamlet está
todavía tan reciente en nuestra memoria, que obliga a mantener en
tristeza los corazones y a que en todo el Reino sólo se observe la
imagen del dolor; con todo eso, tanto ha combatido en mí la razón a la
naturaleza, que he conservado un prudente sentimiento de su pérdida,
junto con la memoria de lo que a nosotros nos debemos.

Hamlet, escena III, acto I

Mucho más adelante, otro genio de la literatura y considerado por muchos como el padre de la novela negra, Edgar Alan Poe, se servirá de la culpa en algunos de sus relatos. Especialmente llamativo es El corazón delator, en el cual el protagonista se ve presionado por su conciencia hasta tal punto que le lleva a confesar su crimen.

La culpa adquirirá de nuevo un gran protagonismo en la literatura realista. Gogol (El capote) y Dostoievski, por quien Francisco Ortiz siente predilección (el mismo confiesa que Crimen y castigo es uno de sus libros preferidos), dan un nuevo impulso a la culpabilidad del individuo materializándola como estructura del relato.

En los escritos del novelista ruso este sentimiento se condensa en forma de trasfondo psicológico, lo que en gran medida se refleja también en Ultima noche. El protagonista de Memorias del subsuelo pasa largo tiempo proyectando sus venganzas y desagravios, imagen que también está presente en las cavilaciones de Luis. No obstante, Luis cuenta con un soporte, un cayado que le ayuda a mantenerse en pie y no hundirse desesperadamente: Beatriz. Ella, en calidad de amante, trata de redirigir sus pasos y de salvar a su compañero. Dostoievski, por el contrario, contempló la evasión de este sentimiento de culpa en Dios. Según Fiodor: “la religión es la única forma de superar las desdichas humanas”.

Ya en Dostoievski se atisban rasgos como la presencia de un individuo torturado en su interior y la búsqueda de sentido de la vida. Esto nos acerca a las tendencias puramente existencialistas que encuentran en Kafka su máximo exponente.

Los personajes kafkianos son el mejor ejemplo de pesimismo. La soledad de éstos, su visión frustrante y absurda de la vida y su lucha contra un poder abstracto que no comprenden dan cuentas de ello. ¿Podemos decir entonces que Luis es un existencialista? Sí, aunque hay que salvar algunas diferencias: la angustia de Luis no es algo crónico y él es bien consciente del motivo de su arrepentimiento. Además, no debemos pasar por alto detalles como el final de los relatos: la inmensa mayoría de los personajes kafkianos acaban con su novela, eso es, mueren (La condena, El proceso, La metamorfosis, etc.); Luis logra vencer este sentimiento y superar su situación o al menos la novela deja entrever un atisbo de esperanza. No es en este sentido un personaje absurdo, como se consideraría al protagonista de El extranjero, estandarte del existencialismo humanista de Camus.

Y es necesario para concluir recalcar este hecho. Luis no es enteramente o solamente Luis, es Luis y Beatriz. La mujer juega un papel determinante en el pensamiento del protagonista de forma que me atrevería a decir, salvando las distancias, que podría llegar a analizarse como una pauta de conciencia de Luis, una madre que extirpa a su hijo de la mortificación de su ser, la conciencia que le permite afrontar su culpa.

Cinco minutos de gloria, de Oliver Hirschbiegel

Con unas interpretaciones sobresalientes de Liam Neeson y James Nesbitt, un guión mimado hasta el último detalle y sin innecesarias concesiones a la galería, esta película aborda el problema del terrorismo y la reconciliación de una forma tan madura y diríamos que tan sentida que sorprende y cautiva, rodeados como estamos de tanto cine infantil con apariencia de adulto y tanto intento falso que solo sirve como entretenimiento. Por supuesto, se critica a la televisión y a los detestables programas creados para generar muchos ingresos en publicidad dando morbo y chocolatinas baratas, pero lo importante de esta cinta en la que el hermano de un asesinado y el asesino, ex terrorista, van a volver a verse cara a cara muchos años después de que el segundo le clavara tres balazos a una víctima indefensa es que se da tiempo al espectador a ir asimilando lo que se le muestra, las sorpresas forman parte de la trama con coherencia y no son impostadas y no hay malos muy malos y buenos muy buenos, como vemos en tantas historias hollywoodienses de medio pelo. Este es cine que habría gustado a los grandes maestros del medio, a los más comprometidos directores, a los que aún piensan que el arte no es para degustarlo con palomitas y entre risas enlatadas. Estamos ante un conflicto moral, en el territorio de las mejores narraciones y con los materiales más honestos con que puede ser servido un argumento. Es una de las grandes películas de los últimos años.

Robert Wilson: La ignorancia de la sangre

Éste es el libro que cierra una tetralogía dedicada al personaje del inspector jefe Falcón, de Sevilla, ideada por un escritor del Reino Unido y que alcanzó su momento más destacado en la segunda entrega, "Condenados al silencio", novela de la que he hablado en este blog. Robert Wilson es un buen escritor. Se pone al servicio de una novela negra que tiene tópicos insalvables (o casi) dentro, difíciles de sortear cuando se quiere abarcar mucho. Porque aquí hay una historia de venganza, otra de espías, otra de amor, otra de padres e hijos, otra de pasados complejos que saldrán a la luz antes o después, otra de mafia, otra de terrorismo. Es mucho, quizá incluso para una tetralogía. Pero Wilson no desfallece, y se pone, como digo, al servicio de lo que ha imaginado y del género que ha elegido y se mueve en él con libertad, con soltura y con oficio, con gran dignidad, además de con algo aún más interesante: mimbres de autor con un mundo propio y una capacidad destacable para crear personajes e hilar historias. No es un autor menor Robert Wilson y los fallos de estos libros hay que achacárselos más a las servidumbres planteadas por el subgénero que a la impericia del creador. "La ignorancia de la sangre" es una novela para amantes del género, no vamos a engañarnos, y no sale del mundo acotado de la novela negra. Pero dentro de ese mundo hay que reconocerle a Wilson su buena labor manejándose en un país que no es el suyo, con personajes que ha tenido que crear digamos que desde el principio, sin agarrarse a lo que ha visto o leído, sumergiéndose en otra cultura y en el carácter de los españoles y de los andaluces. Es creíble el inspector Falcón y son plausibles las tramas. Además, de vez en cuando el lector encontrará frases, diálogos de gran calidad, en los que late la capacidad de este buen escritor para acercarnos a reflexiones que no son vanas.
Como se cierran varias historias, iniciadas en libros anteriores, aunque el libro puede leerse sin saber nada de ellas, diré que en esta aventura Falcón tiene que lidiar con una trama rusa, mafiosa, que hunde los pies en varios fangos de corrupción y tráfico de influencias y de drogas que sabemos que no están sacados sólo de la mente de este escritor. Enfrentarse a los que matan sin pensárselo supera a cualquier polícía, pero Falcón va a resolver los casos gracias a que trabaja en grupo y cuenta con un equipo leal y bien preparado, de anónimos policías que dan el do de pecho, que no sucumben, que se entregan de verdad. Es un poco idílica esta visión, pero a ratos los lectores de novelas negras queremos creer en estas cosas.
Con todo esto, con un capítulo muy destacable, inolvidable y de lo mejor de la tetralogía, que es el de un acto terrorista en alta mar contado casi desde dentro de la mente del personaje que lo lleva a cabo, tenemos como resultado un libro cuya lectura resulta muy atractiva, que entretiene más y mejor que ninguna película que aborde temas parecidos y que nos deja con ganas de leer más historias protagonizadas por Javier Falcón.

"Última noche en Granada", en la Universidad de Zaragoza





Comparto con vosotros esta noticia que me ha llegado hoy:



Uno de los trabajos propuestos en la asignatura de Teoría de la Literatura (en el Grado de Filología Hispánica de la Universidad de Zaragoza), que imparte el profesor Alfredo Saldaña a los alumnos que cursan 1º, es el estudio de la novela Última noche en Granada, de Francisco Ortiz.