Ross Macdonald: La Wicherly


Novelas como La Wycherly prueban que Ross Macdonald es el mejor escritor que ha tenido el género negro. El libro lo publicó Alfa hace casi 30 años y no ha sido reeditado. Espero que RBA, la editorial que está trayendo de nuevo al público lector los libros del gran maestro de la novela negra, lo remedie. Si comparásemos esta novela con el grueso de lo que se publica hoy en día, con lo más destacado y lo más laureado, tendríamos la impresión de mirar a niños al lado de un hombre: por talla intelectual, moral y literaria. Porque en Ross Macdonald la novela negra es la expresión de los males más hondos del hombre, de sus problemas y sus secretos más profundos e irresolubles, de sus gritos de pánico cuando su esencia humana se halla ante el precipicio de los sentimientos definitivos. Así, matar y amar no se diferencian tanto, pueden confundirse, y basta un segundo de locura -o de irremediable lucidez- para matar o matarse. La novela negra de Ross Macdonald, como digo siempre, es la tragedia griega en el siglo XX y entre ricos, familias destrozadas y padres e hijos que no han sabido comunicarse, entenderse, amarse. A diferencia de casi todo lo que se publica actualmente, la novela negra de Ross Macdonald no es una excusa, no es una moda, no es un producto ni un eco vano de lo hecho en el pasado.
La Wycherly (1961) es un paso adelante en la carrera de Macdonald porque la indagación en el alma humana es más certera y afilada que en anteriores obras, porque contiene un final contracorriente y una confesión en la que hay una semilla shakespeariana innegable y muy bien asumida, no trasplantada por las bravas, sino perfectamente entendida y sembrada, cultivada y crecida en otras manos y en otra mente creadora que no por expresarse dentro de un género rebaja la integridad y la verdad de cuanto dice y propone. Macdonald escribe novela negra porque en este tipo de obra la violencia no resulta extraña, se puede hablar de asesinatos y de conductas inconfesables con la voz apropiada, nada religiosa ni sermoneadora ni lánguida ni catastrófica ni sensacionalista: desde el umbral de las cosas. Y su corpus novelístico, insisto, es el mejor que se nos ha ofrecido, ya que Chandler nos legó la novela más grande del género -El largo adiós-, pero también otras más flojas y sin atisbos de genialidad; ya que Hammett se marcó unos límites demasiado precisos y su behaviorismo lo perjudicó.  De los tres grandes, Macdonald es el que más insistió, el que más fe mantuvo, el que más lejos llegó. 
Hay en La Wicherly, por supuesto, aún rasgos del primer Macdonald y de lo pulp, como golpes con los que se desmaya al detective u oídos al otro lado de puertas para captar conversaciones decisivas, pero lo que distingue al mejor Macdonald no falta y brilla con mucha fuerza: la convicción de Lew Archer de que cuando te ha tocado una historia has de seguir hasta el final, caiga quien caiga -eso tan antiguo que se llamaba honestidad, deseo de saber la verdad, participar de ella-, la sensibilidad finísima del narrador que, mediante agudas y nítidas comparaciones, va cargando el texto de valor y de lirismo, a la vez que de sentimientos nada impostados, firmes y con raíces; la soberbia capacidad fitgeraldiana y hemingwayana del autor para diálogos de gran altura -el que mantienen casi al final de la novela dos amantes en la cama ya lo quisieran para sí muchos guionistas y muchos otros novelistas- y la concepción de personajes poderosos con pies débiles, vistos de frente y limpiamente; la apuesta decidida por la crítica y el cuestionamiento de valores en un momento en que la sociedad estadounidense pujaba por estar en los más alto del mundo, exportando valores y creencias -escribe Macdonald: La seguridad. El gran sustituto norteamericano del amor-; la convicción absoluta de que la novela es el mejor vehículo para exponer las contradicciones del ser humano, sus miedos y sus frustraciones -de un paciente con una enfermedad coronaria se dice en el libro: Se tocó el pecho delicadamente, como si encerrara a un animal enfermo que podía morderle-: como catarsis, como método de comprensión y asunción.