John Le Carré: Nuestro juego (y 5)

Algunas veces he escrito que la novela negra necesita grandes autores, prosa más elaborada, temas que busquen un mayor alcance. Nuestro juego es una de esas novelas que cumplen con todos los requisitos. Es una novela negra porque dentro del género cabe la novela de espías y porque Le Carré inserta en la trama los elementos necesarios para así poder considerarla. Pero a veces las clasificaciones son lo de menos, aunque estemos en un espacio dedicado a la vindicación de la novela negra, y lo que importa va más allá del género -sobre todo cuando lo supera, lo amplía, lo dignifica, lo lleva a un lugar que lo acendra, incluso- y de la denominación incluso de novela. Los problemas de nuestro tiempo piden un acercamiento crítico, riguroso, desde dentro, alejado del turismo literario, del turismo de las ideas. Le Carré ha sorteado muchos obstáculos para entregarnos esta novela y creo que es preciso celebrar su valentía, su coraje y su voluntad de ir más allá, de viajar por la historia y por los errores humanos hasta desembocar en una apuesta por los débiles, los oprimidos, los que están a punto de quedarse sin nada. Existe la izquierda literaria -anda renqueante la política-, no lo duden, y uno de sus representates es este escritor inglés con pasado de espía que sabe escribir libros como pocos, crear personajes como pocos, que ha asimilado varios siglos de tradición escrita como pocos. La historia de un formador de espías que ha perdido a su compañera, mucho más joven que él, porque ella ha decidido cambiarle por una de sus creaciones, un agente doble que daba información a los ingleses y a los rusos, es el punto de partida de una novela escrita con un estilo altamente literario, evocador, lleno de una inteligencia constructiva y discursiva que no está para deslumbrar y aumentar la categoría del autor sino para ennoblecer la trama, para tratar con respeto y cercanía al lector, con eso que llamamos complicidad. He leído Nuestro juego despacio, paladeando frases y palabras e imágenes creadas tan sólo con un nombre y un adjetivo. El tiempo no me acuciaba, ni dentro ni fuera del texto. Y las desventuras del narrador y protagonista Timothy Cranmer las he seguido sin distanciarme nunca, comprendiéndole y reprochándole, quejándome alguna vez por ciertas demoras, esperando lo que siempre he encontrado algunas páginas más adelante: interés y verosimilitud.
 La novela tiene tres partes claras: una primera de caída a tierra de Cranmer, que ha de asumir que su alumno, Larry, y su compañera, Emma, lo han dejado solo. Una segunda de reacción: sabemos incluso que intentó matar a a Larry una noche y lo abandonó creyéndolo muerto. Y una tercera en que se inicia un viaje, físico y emocional, hacia los lugares donde se deciden historias que afectan a millones de personas y hacia el fondo de sí mismo, hacia ese lugar donde Cranmer descubre que, en lugar de estar habitado por su alma, estaba habitado por la nada más espantosa que pudiera imaginarse. Y la novela, claro, es una toma de conciencia, un quitar velos, un sacudirse la complacencia y la sumisión y la sensación de derrota y el sentimiento de ser el centro del mundo. Porque con sólo mirar intensamente a los ojos a los derrotados vemos que hay otros mundos. Y John Le Carré nos lo cuenta apelando al espíritu de Joseph Conrad, de algunos clásicos de la novela negra, de algunos clásicos de la novela sentimental y de la novela viajera -sin olvidar nunca, pero sin hacerlo pesar hasta ahogarse, que él es también ya un clásico- para crear algo nuevo, compacto, útil, con una voz inolvidable y un desarrollo casi magistral, y deja dos personajes en pie, incólumes, el del forjador de espías con espíritu lleno de huecos y de falsedades que al cabo se da cuenta de que forjaba según él mismo es y el del forjado agente doble que conoce el bien y el mal y no se decanta por ninguno y busca las palabras pequeñas, los lugares pequeños, a las personas pequeñas y vencidas por la historia que, en definitiva, somos casi todos, lo sepamos o no, lo queramos ver o no. Es Nuestro juego, por supuesto, una obra de referencia en la novela negra -apartado espías-, y además es mucho más que eso: la novela que piden unos lectores que apagan el televisor, desearían leer las noticias al revés, sentarse cabeza abajo para repensar el mundo, su papel en él. Nuestro juego es empezar cuando la partida primera ha acabado y hemos perdido. Es empezar de nuevo.

John Le Carré: Nuestro juego (4). Voces, perspectivas

Con qué inteligencia nos hace llegar Le Carré las distintas voces que conforman la historia. Narrada en primera persona, sabemos sólo lo que nos cuenta Timothy Cranmer. Pero Le Carré compone la obra de tal manera que vemos -creo percibir aquí ecos de Graham Greene -, sentimos y oímos a los otros dos personaje fundamentales. Emma le ha dejado y se ha ido con el ex agente y ex pupilo Larry Pettifer. Han vendido joyas que él le regaló a Emma. La policía acecha a Cranmer pensando que oculta -y es responsable de- una estafa o una fuga de capital. Y Cranmer investiga por su cuenta, llega hasta la casa donde Emma y Pettifer vivieron bajo nombres supuestos y rescata papeles del fuego, se apropia de otros y entonces entramos en una nueva sinfonía: si hasta este momento sólo escuchábamos la voz solista de Cranmer, llena de reverberaciones que llenaban la historia y sonaban como un concierto para lamentación de hombre solo, ahora -en los escritos de un cuaderno, en las notas que se dejaban Emma y Pettifer, en las cartas que recibían - comienza otra composición diferente, la música nos habla de lo bobalicón que es Cranmer, lo manipulador, lo insensible que se muestra siempre; nos habla del amor de Emma y Pettifer -notas de él sobre todo, henchidas de entusiasmo enamorado-, de los secretos que acaso nunca debió de conocer Cranmer. Y con una narración en primera persona y estos textos podemos ver a los tres personajes, sus relaciones, sus miedos, sus encuentros y desencuentros, su amor y desamor. Le Carré utiliza la perspectiva de manera brillante, sin que chirríe nada, con una naturalidad exquisita. Y es a la mitad de la novela cuando el cuadro empieza a completarse, cuando conocemos en profundidad a todos los actores, tanto por lo que dicen y piensan como por lo que dicen y piensan los demás, esos tres, triángulo imposible, imprevisible y de alguna forma indisoluble. Porque ésta es una historia de espías, pero también de amor, de conflictos íntimos, de deseos que laten fuertes y de compromiso con la vida y con lo que hacemos con nuestras vidas.

César Girón: Caso cerrado




Novela que cuenta una historia interesante y que se desarrolla en la ciudad en la que vivo, ganadora del VI Premio Internacional de Novela Negra Ciudad de Carmona, y escrita por alguien que parece dominar muy bien lo que cuenta, es una novedad que recomiendo. Además, aplaudo que en la colección Tapa Negra de Almuzara haya cada vez más escritores españoles, de aquí y de ahora mismo, con obras que también tienen un público esperando, sin duda. 

José Luis Campos Duaso: Estelas de un funambulista imaginario




Mañana se presenta, en Almería, el primer libro de José Luis Campos Duaso, poeta, cofundador de la Tertulia de la Calle Suipacha y responsable de un blog distinto y lúcido. Al acto se espera que asistan, entre otros, los escritores Juan Herrezuelo y Miguel Naveros (presentadores), Miguel Ángel Muñoz, Ana María Romero Yebra, Jacinto Castillo y Antonia Moreno Cañete; el admirado profesor Pedro Vázquez Cabrera; el músico Juan Manuel Cidrón. Será en el Salón de Actos del Instituto de Estudios Almerienses, a las 8 de la tarde. El que suscribe no estará, y bien que lo lamenta, pues seguro que será el lugar propicio para emotivos reencuentros y para recordar momentos compartidos que nacieron en torno a la mesa de una cafetería en tertulias inolvidables y ante un micrófono en programas de radio que, de alguna manera, nunca han tenido fin (ya hablaremos de esto más adelante). El libro está muy bien editado y alberga un puñado de poemas de gran altura y rigor creativo, de esos que el lector relee constantemente hasta sentirlos como algo propio.

Miguel Sanfeliu: Los pequeños placeres




Hay algo terso en estos relatos de Miguel Sanfeliu, algo que es a la vez vibrante, profundo y sincero. Porque el autor de estas historias ha paseado su mirada, profundamente humana y serena, a su alrededor y nos ha contado con mucha y buena literatura qué ha visto y qué ha sentido en este interesante trayecto. Sanfeliu no pretende ganarnos narrándonos horrores desde dentro del horror y con palabras moteadas de horrores: la vida cotidiana no los muestra así, no los horrores que queman a fuego lento, no los horrores que destruyen desde dentro. Se nos habla en estos relatos de la eutanasia, de la muerte temprana, de los silencios que abruman a las parejas, del miedo de los padres ante una hija agresiva, de la lejanía con que vemos a los que viven en el mismo edificio que nosotros, de un asesino múltilple que dispara contra los clientes de un restaurante. Y se nos cuenta que son personas que tienen a seres que los quieren o se han cansado de ellos, o los odian habiéndolos amado antes, o los recuerdan con un dolor más intenso que cualquier otro dolor. Y se nos cuenta sin alzar la voz, sin proferir gritos vacuos y de alcance únicamente pasajero, sin montar un espectáculo vano que se olvida conforme se disipan el ruido y el humo. 
Sanfeliu quiere y consigue que seamos no testigos, algo a lo que ya nos han acostumbrado en demasía el cine y la televisión, sino partícipes. Para eso elige muy bien el punto de vista de cada narración, se decanta por mostrarnos a los vivos, a los que quedan, a los que sufren cerca de los causantes y de los protagonistas del mal, o cerca de las víctimas. Costaría poco achacarle que no se moja lo suficiente, que no quiere pringarse Sanfeliu en lo que cuenta, y sería un error, porque Sanfeliu huye del morbo, escapa con atino siempre del escenario vacío y de cartón piedra para dar un paso atrás y mirar con mejor perspectiva. No engaña, pues, no cae en el vicio de la mirada profanadora o utilitaria, la de tantos escritores de relatos cruentos y estúpidamente morbosos. A Sanfeliu le interesa el hombre de la calle, el que somos todos, en el que todos podemos vernos -algo pacato y descorazonado, elusivo y sin grandes pasiones movilizadoras-, y a una cierta ingenuidad en la plasmación de ese personaje tan reconocible opone una limpieza de sentimientos y una nobleza expositiva que desarma y te deja con las puertas de la percepción generosamente abiertas. Así entiendo relatos como Dolor, magnífico, subyugante, realista y emotivo con emociones sinceras, una pieza de autor de raza, de narrador puro (algo que echo en falta cada vez más, pues encuentro a demasiados autores repetitivos, atentos al mercado y sus cuitas, a la sanción editorial y no a la expresión pura de su talento), claro y directo, con mucha preparación lectora detrás, con muchas sabias conquistas lectoras detrás. La muerta, tan sencillo,  tan nimio al primer vistazo, es otro relato de un destilado notable, sin retórica y sin mentira, ejemplar. Y La cara de Marte, La niña, Los pequeños placeres, Urgencia, Remordimiento o La morgue son otros tantos ejemplos de lo que este buen autor sabe decir en esa voz baja, susurrante, sin alteraciones, compasiva y tierna que tanto abunda en la producción literaria de Sanfeliu -visible en su excelente blog- y corrobora que estamos ante un creador fiel a sus ideas, a sus obsesiones, a su amplio compromiso con la sociedad de su tiempo, en definitiva, con sus verdades, con sus celebrables obsesiones que nos ayudan a abrir un poquito más los ojos ante lo que vemos y a percibir un poco mejor lo que en manos de otros solo es gacetilla, relato despachado al gusto de la moda, meditación retrillada, alimento para mentes quietas. No quiere mentes quietas Sanfeliu y Los pequeños placeres ha supuesto para mí ratos de reconocimiento, sí, y también de pausa al borde del camino, replanteamiento y renovación. ¿A qué más puede aspirar un escritor que ama la literatura y los libros que publica? ¿ O debería decir a qué menos debe aspirar? 

Toni Hill: Los buenos suicidas

Aparece la segunda novela de Toni Hill, autor nacido en Barcelona en 1966 y que el año pasado debutó con El verano de los juguetes muertos. Las dos obras están protagonizadas por el inspector Héctor Salgado y la agente Leire Castro. La primera tuvo un buen recibimiento y algunas traducciones a idiomas como el alemán, el francés y el italiano. Le deseo buena suerte al autor en esta su segunda andadura por los difíciles caminos de la novela negra y sólo apuntaría que creo necesario que orille el uso de la frase hecha en sus textos y que profundice en sus aciertos separándose todo lo que pueda de los lugares comunes, que siempre acechan en las historias policíacas actuales, donde el peso de las imágenes televisivas y cinematográficas ahoga a menudo la creatividad más genuina. 

John Le Carré: Nuestro juego (3). Ella y él

 Si leemos esta novela sin prejucio alguno, con la mirada limpia, veremos que hasta la página 157 estamos leyendo a un gran escritor y una interesantísima historia en la que, con un trasfondo negro, se nos está contando la historia de un ex funcionario (ex espía también) que descubre que la mujer con la que vivía y su mejor amigo -ex espía al que captó y formó- le han estado engañando, y a partir de ahí recontruye los momentos vividos con ellos. La maestría de Le Carré estriba en contar una historia sentimental con tal grado de intensidad y sabiduría en la distribución de los elementos, tal seducción en la voz narradora, tal imbricación de presente y pasado (que se alternan con el uso del presente de indicativo o del pretérito imperfecto y seguidos, en párrafos sucesivos en ocasiones, aunque representando el presente lo más alejado en el tiempo y el pretérito lo más cercano, el momento en que se está haciendo, creando la novela) que el lector no pide más acción, no exige tiros ni cuchillos ni más pistolas (Hay una escena violenta y absolutamente necesaria en que el protagonista acaso mata a su amigo, pero no sabemos si es del todo cierto). Este Le Carré no es el de sus primeras novelas, no está atado al género y explora y modifica y amplía y saluda nuevos horizontes que gozosamente parten de la casa común y desembocan en el lugar que el reconocimiento pueda otorgarle más allá de todo tipo de etiquetas, libre y veraz, en cierto modo único y generador, tan necesario como lo fueron en su día Hammet o Chandler, pero también Faulkner o Hemingway.

John Le Carré: Nuestro juego (2). Taimado, rencoroso, tramposo.

Le Carré es un gran escritor, dotado de un aliento narrativo verdaderamente notable y de una profundidad psicológica mercedora de los mayores los elogios. No son pocos los que lo señalan como uno de los autores fundamentales de nuestro tiempo. Lastrado por su adscripción a un género, también hay quienes lo desdeñan a la ligera, prejuiciosamente. No es mi caso. Soy habitual lector de la obra de Juan Benet desde hace más de veinte años, de la de Juan Goytisolo, Heinrich Böll y Faulkner, y pienso que no hay que limitarse a leer sólo un tipo de literatura, que hay que abrir los ojos a las obras que a priori pueden parecernos menores, hechas para el entretenimiento, para un gran número de lectores. Como ejemplo del buen hacer de Le Carré, valga este párrafo:


No, Marjorie, cariño -pensé-. yo no he dicho nada parecido. Lo que digo es que Larry era un ladrón de afectos sobre un balancín y tan pronto como tuviese a CC en el bolsillo, correría a mí y cumpliría con su obligación porque, además de espía, era el hijo de un párroco y no poseía un sentido de la responsabilidad muy desarrollado, así que necesitaba la absolución de todo el mundo para traicionar a todo el mundo. Lo que digo es que, pese a su ostentación de mala conciencia, sus peroratas moralistas y su supuesta amplitud de miras intelectual, se entregaba al espionaje como un adicto. Lo que digo es que era un hijo de puta; que era taimado y rencoroso y te quitaba a la mujer a la primera ocasión; que tenía dotes innatas para este oficio y para la magia negra, y que mi delito fue fomentar en él al tramposo en perjucio del soñador, razón por la cual a veces me odiaba un poco más de lo que merecía.






Caracterización, relaciones humanas, lo dicho y lo callado, sentimientos y sensaciones, el tiempo, los trabajos secretos, la religión, la culpabilidad, el perdón, la entrega, la fidelidad y la infidelidad. Hay tantos temas en este párrafo que podríamos dedicarle una jornada entera a meditar sobre cuanto se nos dice. Y es que Le Carré es algo más, mucho más que un simple narrador de género.