Ross Macdonald, el mejor autor de novela negra

   


   La grandeza de la obra de Ross Macdonald es fácilmente constatable en libros como El hombre enterrado, La forma en que algunos mueren  y El otro lado del dólar, pues en todos ellos brilla intensamente la capacidad de observación de ese gran maestro de la narración que fue el autor californiano. Si hiciéramos un censo de personajes de todos sus libros veríamos que no se limitó a un círculo cerrado ni a una clase social ni a un tipo de personajes tan solo, sino que se preocupó por indagar y reflejar lo que cualquier hombre de su época vio si quiso ver. A ese esfuerzo y esa claridad de visión y de síntesis hay que unir un espíritu crítico saludable e inconformista, que avanza y no se queda atascado, ya que el paso del tiempo es indudablemente visible en Lew Archer y en la sociedad que lo rodea, y Macdonald incorpora los cambios, las obsesiones y las frustraciones que definieron a su país a lo largo de las décadas por las que se mueve Archer mientras investiga y resuelve sus casos. Si a los logros anteriores le sumamos una influencia muy bien digerida y muy bien plasmada del psicoanálisis y un abordaje duro y sincero de las relaciones humanas y familiares, se verá por qué considero a Ross Macdonald el mejor escritor de novelas negras, por encima de Chandler -que tiene en su haber la mejor novela, el clásico imperecedero, esa gran novela titulada El lardo adiós, pero un conjunto desigual detrás- y de cualquier otro. 

Miguel Mena: Todas las miradas del mundo

   


   Hay pocos escritores españoles que se acerquen a la novela negra con un mundo tan definido y tan atrayente como el que nos presenta Miguel Mena en las dos novelas negras que ha escrito. Ya en la primera, Días sin tregua, dibujaba un país y un estado de ánimo con tanto acierto y tanta verdad que no pude sino alabar su precisa inteligencia y su medida emoción, su ritmo preciso y propio, así como la creación de un personaje inolvidable: el inspector Mainar. Que regresa en esta obra y se mueve por la España del año 1992 -el del ansiado Mundial de Fútbol, los muchos atentados terroristas y las organizadas acciones de los jóvenes fascistas nostálgicos de un franquismo que no acababa de desaparecer- con la misma paciencia, la misma mirada tolerante y despierta, astuta y noble que ya le conocimos y que le sirve para no equivocarse demasiado, no dejar de ser un honrado policía en los mejores ni en los peores momentos -ni por exceso ni por falta-, aunque pasa por una situación personal delicada y se encuentra trabajando en Málaga, lejos de su hábitat natural. 
   Me recuerda Mena al más afortunado Juan Madrid, tanto por la temática como por el estilo sencillo, barojiano, absolutamente transparente, al servicio de la historia y de la realidad de lo que se está contando, que es lo principal en este libro cuyo autor hunde sus manos en un período espinoso de nuestra historia reciente no para ajustar cuentas desde un bando, sino para acercarnos con algo parecido a la comprensión y el sano optimismo a los espacios aún vivos y reconocibles de nuestra vida cercana, que a algunos siguen importándonos y reivindicamos como lugares aún recorribles y aún generosos para la buena literatura y la meditación seria. Todas las miradas del mundo es la novela de un autor maduro, sosegado y sabio que no se deja enredar por las modas ni por el uso y abuso de las historias negras epigonales y cuenta una historia que tocará de cerca a cualquier lector que entre sin prejuicios en su libro, dispuesto a saber y a cambiar de opinión, dispuesto a considerar la historia de nuestro país tan atrayente como la de los Estados Unidos o la de Francia o la de Alemania, dispuesto a mirarse en el espejo y en las esquinas del espejo, dispuesto a tener en sus manos y en su mente un material aún tierno, muy moldeable, que solo  novelas como esta, que apuestan de una manera tan firme por la auténtica realidad, logran sostener en alto. 

John Le Carré: El hombre más buscado

  


Hay un tiempo para la sutileza y hay un tiempo para la denuncia frontal, para el golpe seco sobre la mesa, para el golpe seco con las palabras. John Le Carré, no solo el mejor autor de novelas de espionaje sino también uno de los grandes escritores vivos de la actualidad, apuesta por decir las verdades sin medias tintas en El hombre más buscado, denuncia implacable y señala a los culpables, los manipuladores, los ejecutantes de una justicia sin tribunales y sin leyes -o con leyes torticeras- expresamente, mirándolos a la cara, con una valentía encomiable y casi inaudita en esta época nuestra de escritores lights, entretenidos con los metajuegos y las historietitas de andar por casa. Le Carré mira hacia la escena internacional y estudia el estado actual del mundo y lanza sus dardos exponiéndose, señalando, implacable pese a sus ochenta años y una obra detrás que invita a recoger premios -a los que ha vuelto la espalda- y a saborear las mieles del triunfo. Airado, decepcionado, sobrecogido ante el avance imparable de la mentira y la manipulación, se atreve a abordar el conflictivo tema del terrorismo internacional con un personaje checheno, algunos alemanes, varios ingleses y algún que otro estadounidense sin cortarse, sin censurarse, sin quedarse a las puertas de la nada. Quizá a los lectores de ahora esta novela no los sorprenda en exceso, no los invite más que a un asentimiento tranquilo o borrascoso, pero no me cabe duda de que Le Carré ha levantado acta furibundo y con mente despejada para que en el futuro no solo la literatura y la palabra de los vencedores sobreviva, una empresa que aún le queda por acometer a la novela, ese género vilipendiado que cuenta lo que nos hurtan las historias generales, los documentales pacatos y los libros de texto escritos al dictado: y que tiene una o varias misiones que cumplir todavía, si no faltan autores valientes, arriesgados, comprometidos con el perdedor como el maestro Le Carré.