Juan Marsé, Premio Cervantes 2008


Felicidades, maestro.

Los premios no son nada, pero con tu nombre este premio se ennoblece y hace justicia reconociendo la labor literaria del mejor escritor vivo y en activo de este país.




Foto: Marcel.lí Sàenz

Didier Daeninckx: El gigante inacabado (2). Autenticidad


En una época en que triunfan los C.S.I. en televisión, en que estamos saturados de series policíacas y los periódicos y los telediarios nadan envueltos en aguas moteadas de la sangre de tanta violencia mediática -y real-, de tanta noticia con primer plano del lugar con restos humanos y sanguinolentos -no exagero: tras un atentado, tras una muerte en la calle, no se privan de mostrarnos el detalle en primer plano-, parece innecesario leer novela negra. Y quizá sea así si sólo buscamos más sangre y más violencia.
Pero hay autores, como Daeninckx, a los que podemos volver porque pocos como él han conseguido llenar sus obras de autenticidad. En las series de televisión no faltan las exageraciones, los despropósitos argumentales -ni en el cine, en algunos aspectos aún más echado a perder-, las continuas repeticiones de la fórmula. El público parece tomar una ración, no estar jamás satisfecho. El público -cierto público-no se empacha jamás. Pero quien se harta busca otra cosa, quien detesta la novela negra busca otra cosa. Y puede encontrar a este gran autor francés y disfrutar y pensar con sus libros, ya que en ellos se elimina lo obvio, se apuesta por un riguroso control de la trama y de los personajes para que no sintamos el regusto de lo conocido y recalentado.
En "El gigante inacabado", escrita en tercera persona, sabemos que un hombre cansado de su esposa que busca a una mujer de la que se enamoró cuando era muy joven, y que la encuentra, no es el asesino pese a que deja una grabación inculpándose y después se suicida. Lo sabemos porque le hemos visto llegar a la casa y toparse con la mujer ya muerta. La novela no nos arrebata por la investigación que nos llevará ante el verdadero culpable, sino porque nos fascina esa confesión falsa, la culpabilidad que azotó al hombre antes de darse muerte a sí mismo. El inspector Cadin -el mismo de "Asesinatos archivados", otra novela imprescindible- sigue una pista que sólo a él le interesa, que sólo a él le inquieta, y Daeninckx se apunta un nuevo tanto porque nos trae a nuestra realidad -francesa o española, da igual, las diferencias en lo que a policías y asesinos y víctimas respecta es inapreciable- una historia con los personajes más creíbles y nos aleja de las mixtificaciones estadounidenses otorgándole el protagonismo al único hombre que, por su profesión, puede llevar adelante una investigación en nuestras sociedades: un policía. Pero no un policía cualquiera, sino un policía inconformista, algo ahogado por el ambiente provinciano y los casos menores y archisabidos, un policía que podría haber existido y que habría obrado de igual manera, movido por un resto de idealismo y de afán de verdad.
Se acaban los grandes casos, amigos. Las grandes investigaciones se vuelven opacas, los asesinos importantes nunca son conocidos, los grandes crímenes se cometen lejos de los callejones y los espacios sórdidos. Antes que Mankell, antes que Donna Leon, antes que Vázquez Montalbán, detrás de Sciascia y Dürrenmatt, estaba ya Didier Daeninckx, con novelas como ésta, pulsando en los restos y sacando a la luz momentos de nuestra historia reciente que si caen en el completo olvido nos veremos obligados a repetir. Con un inspector físicamente pequeño y muy grande por su valor ciudadano, con ganas de llamar a las cosas por su nombre, con valentía y rigor, con un talento y una mesura que pocas veces la novela negra ha buscado y encontrado, Daeninckx tiene varias obras clásicas, a la altura de cualquier comparación, y leerlas ayuda a resituarse, a ver con ojos más abiertos y mejor, a ser más consciente de nuestro papel en este mundo que, si lo dejamos, convertirá a los seres humanos en una pasión inútil.

Didier Daeninckx: El gigante inacabado (1). El paro sólo golpea a los inocentes

Hay escritores sociales, políticos, que desembarcaron en la novela negra para mejorarla, hacerla más profunda, más real, más viva, más auténtica, más útil. Siempre he sido un defensor de la literatura útil. En una época no muy lejana, al escritor Miguel Ángel Muñoz y a mí nos tachaban de desfasados porque defendíamos la literatura comprometida. Ha pasado mucho tiempo. Atrás quedó aquella asociación de jóvenes escritores -a cuya cabeza estaba la escritora y crítica Care Santos-, la respuesta de Soledad Puértolas -Escribid ese tipo de libros vosotros-, y tengo la sensación de que al menos a mí sí me ha pillado el tren. No he cejado en defender ese tipo de libros, he intentado escribir y publicar alguno, pero ni el mercado ni las musas me han acompañado convenientemente. Y he visto cómo se ha desacreditado a muchos autores comprometidos, cómo tantos dicen que la literatura sólo es literatura, que su compromiso es consigo mismos y con sus letras que podrían haberme convencido, conseguido sumarme a su causa cada vez más inocua e intrascendente, pero no lo han logrado. Sigo pensando que los viejos autores comprometidos -y los nuevos, que los hay- son viejos humanistas que no abdican de su fe en el hombre, en su evolución, en el perfeccionamiento social; viejos humanistas que no renuncian a creer en la libertad pero tampoco en la igualdad y la fraternidad, dos metas estas últimas aún no conseguidas en ningún lugar de nuestro querido mundo.
Pienso en todo esto -para que sigan diciendo que la literatura no sirve para nada- tras leer unas páginas de "El gigante inacabado", novela negra, social y política de un gran autor al que ya no se traduce en España, al que no se publica hace ya demasiado: unos obreros en paro van a hablar con el inspector Cadin y le piden que los meta en la cárcel, porque allí dentro "tendremos asegurada la comida e incluso el trabajo y cobraremos un salario en los talleres penitenciarios..." No es una broma, amigos. Hay muchos temas por resolver, muchas cosas aún en las que pensar.