Philippe Claudel: Almas grises (y 2).


Es difícil escribir con entusiasmo cuando uno acaba de leer esta novela, porque el ánimo se tiñe de gris. Los hechos narrados en ella son en su mayor parte terribles. Los acompaña una voz en la que el lirismo se mueve libre y sincero como un pájaro débil en una mano fuerte y cerrada. Es el recuerdo, el repaso que hace de su vida y de un caso criminal un policía veinte años más tarde, cuando todo lo ha perdido y cuando nada es aún lo suficientemente claro como para poder cerrar los ojos y descansar en paz, como para cerrar los expedientes de la investigación. Y he aquí la primera y sabia lección de esta novela medio gris y medio negra: nadie es bueno siempre, nadie es malo siempre.
"Almas grises" tuvo un recibimiento excepcional, una acogida magnífica en Francia. No es para menos. Seguramente ya no se escriben novelas como ésta. Pocas pueden apostar tan claramente por la narración de hechos inolvidables, de tragedias en toda la amplitud de la palabra, sin que la ficción sepa a homenaje, nos parezca caricatura, copia o cóctel fino, en el que se han mezclado talentos de varios autores hasta conseguir una pasta rara y que al final se torna insípida.
"Almas grises" es una de esas novelas que sirven para asentar el prestigio de la novela, su vigencia, que indican caminos para que el género no muera. La convicción, la profesionalidad del autor -eso que podríamos entender, en el arte cinematográfico, que es la preparación, el amor a un oficio, el deseo de sinceridad, la pasión por una historia que nos ha tocado contar- y, sin duda, un talento fuera de lo común, dejan frutos que se ganan la admiración de los lectores y seguramente de muchos otros escritores, al menos de esos que no son demasiado egocéntricos.
La novela está llena de personajes y de pequeñas historias que se comunican unas con otras. Las mujeres son las que mejor paradas salen, pues son ellas las que tienen el tesoro de la sensibilidad en una época de guerra y miseria que encanalla a los hombres, los reduce a su esencia animal. El narrador amó a una y respeta a todas las que aparecen a lo largo de estas páginas siempre conmovedoras, en las que nada sobra y que nos invitan a una continua relectura.
Una niña es encontrada muerta, asesinada. Hay un sospechoso que nunca será juzgado, dos sospechosos que sí lo serán. Cerca del escenario de la tragedia, una pequeña ciudad francesa, está clamando y destruyendo la guerra, emborronando logros y avances. Pronto intuimos que Philippe Claudel nos va a narrar otra guerra, la que se libra en el corazón del ser humano, aún desconocedor de los misterios realmente importantes, siempre aquejado por las dudas y los misterios. Y lo hace con una ironía que aligera el peso de los momentos que cuesta digerir, con frases y meditaciones, a veces rotundas, que invitan a mirar mucho hacia afuera y mucho también hacia adentro, pues el humanismo del autor no es de los que se quedan en las buenas y blancas intenciones y las frases bonitas y las escenas que acaban en manos cogidas de manos y ojos que lloran felices porque la felicidad y la bondad los colma. A pesar de ser un admirador de la obra de Frank Capra, Claudel está más cerca del Steinbeck que escribió "De ratones y hombres", del Simenon -a quien admira vivamente- de "Los fantasmas del sombrerero". El mundo es un lugar inseguro, en el que no abunda la solidaridad ni los buenos sentimientos, en el que nadie es lo que parece y el dolor manda, destruye. Ésas son las conclusiones a las que llega el narrador de "Almas grises". Claudel apuesta por un humanismo sin retórica, valiente, un humanismo que es una ficha en un tablero de ajedrez y que avanza pisando a veces suelo negro y a veces suelo blanco. Nadie es sólo un asesino, nadie es sólo un ángel. Y, lo que es más, el que ahora es un tipo oscuro y malvado pudo ser antes un hombre fiel y desprendido, que arriesgó su vida para defender la de otro. ¿Qué hace el mundo de nosotros, qué hacen nuestras circunstancias de nosotros? Almas grises, dice Philippe Claudel.
Acercáos a esta novela. Es una obra maestra, está llamada a perdurar, a quedarse en la mente del lector y a movilizarlo. Es una obra profunda, seria, una obra mayor del arte de la novela de nuestro tiempo.

Lectura recomendada: "Recordando la obra de Chester Himes (Un ciego con una pistola)", en el magnífico blog de Francisco Machuca