E. L. Doctorow: Billy Bathgate (y 2). Crítica

Las grandes novelas que se acercan al tema criminal, que lo recorren y lo viven, que no pasan por su lado y no lo utilizan para propósitos estrictamente estilísticos o para insertar el nombre de un gran autor en la historia del subgénero siempre me han atraído. Me interesa saber qué hace un gran escritor con el mismo material que ocupa las horas de otros autores a los que por entretenerse en hechos negros nunca se les otorga el valor ni la importancia que en verdad tienen si se les mira sin anteojeras. En el caso de Doctorow podemos afirmar que se trata de un acercamiento honesto, creíble, profundo, sincero. "Billy Bathgate" es una obra maestra, una novela inolvidable, un clásico de la literatura mundial. Y, como además cuenta una historia de gánsteres, podemos traerla aquí sin ningún problema. En el cine -con películas de cine negro que son magistrales y nadie discute - no se arriesga demasiado al decir que "El sueño eterno" es un clásico, por ejemplo. En la literatura los prejuicios aún calan hondo en las mentes de los críticos y los estudiosos. Pues bien: digamos desde el principio que "Billy Bathgate" es una novela negra magistral.
Doctorow es uno de los autores mayores de nuestro tiempo. Es también -dicen algunos- uno de los pocos escritores verdaderamente de izquierdas que nos quedan. Analiza, profundiza, crea personajes y levanta escenarios con la mano del artista y la mente crítica de quien no se contenta o no se conforma con lo que ve. En esta novela describe a la perfección el mundo de los gánsteres y la época de su apogeo, en los años 30 del pasado siglo, y lo hace con la mejor mirada, que es la de alguien que empieza en las bandas, que es apenas un chaval, un joven que se inicia, con lo que el lector se identifica desde la primera página con sus deslumbrantes descubrimientos, con su hechizada fascinación pero también con su sensación de ser siempre un extraño, de estar dentro y fuera a la vez. Y el lector lee y siente su miedo, lo nota y lo comparte.
La prosa de esta novela es excepcional, el ritmo de las largas frases unidas repetidamente por una y que nunca alarga en exceso, que nunca cansa, que nunca une sino lo que puede unirse es una herramienta que yo nunca he visto mejor usada hasta ahora en ninguna novela. Si en otros autores los períodos largos son voluntad de estilo y en algunos trechos cansan, aburren, se vuelven excesivos, lastrantes, en Doctorow el uso de la conjunción dinamiza, vuelve los largos párrafos amenos, tanto que se beben a sorbos: leyendo la novela tiene uno la impresión de que no puede abandonarla, de que sería un desaire cerrar el libro, no seguir oyendo la narración de Billy Bathgate. Hay tantos aciertos en esa prosa, tantas profundizaciones en los caracteres de los personajes, en la descripción de un mundo que cada vez parece más lejano, tantas meditaciones útiles y novedosas que el lector siente agradecimiento y se cree la historia, jamás se siente abrumado por las palabras, incluso diría que olvida que está ante unas hojas impresas. Esto se lo debe Doctorow a su admiración y su buen entendimiento de novelas de Melville, de Twain. Sin ellas, no existirían "Billy Bathgate", seguramente resultaría imposible lograr su perfección.
Ocurren muchas cosas en esta novela. Lo más importante, desde luego, son los personajes y ese análisis que se hace de una sociedad podrida hasta la médula, en la que el dinero lo es todo, lo crea y lo destruye todo, pero Doctorow no cae en el solipsismo, no se regodea en los hallazgos, no abusa de su inteligencia analítica y todo lo deja en manos del hombre que recuerda la época que vivió cerca de un gánster poderoso y temible. Lleva a sus personajes fuera de la ciudad, nos regala escenas en el campo inolvidables, escenas de amor pocas veces contadas con tanta intensidad, escenas de sexo que arden con un fuego pocas veces tan bien expresado con palabras, escenas con muchos personajes y escenas de soledad absoluta, escenas en que todo se ve y escenas en que todo se intuye y ha de completarse en la mente del lector mediante los sobreentendidos, escenas que conmueven hondamente y escenas que encadenan sensibilidad y dureza como solo los mejores escritores son capaces de afrontar y escribir.
Dice Javier Tomeo que "Billy Bathgate" merece figurar entre las obras maestras de la literatura estadounidense del siglo XX. Añadiría yo que merece figurar para siempre en un rincón vivo de nuestra memoria.

(Edición de la lectura: Puzzle. Roca Editorial. Mayo 2006)

Texto recomendado: "La última oportunidad, Richard Ford", en el blog de Blanca Vázquez

Frozen River, de Courtney Hunt


El hielo está en "Frozen River" no sólo en el paisaje, sino en la mirada de la sociedad que deja de lado a los más débiles y desamparados, en las leyes que persiguen a quienes se están cayendo y no a quienes les mandan correr y huir, en el dolor y en el vacío de los personajes que la protagonizan, pues en su dolor frío y en su vacío helado hay una humanidad que clama y solloza en la nada. El remedio llega de los propios humillados y ofendidos, nace de ellos, de ellos brotan la amistad, la solidaridad, el deseo de estar juntos y luchar contra todo, aunque ese todo sea inmenso y les queden pocas fuerzas. "En Frozen River", como hace algún tiempo en "Adiós, pequeña, adiós", he encontrado el gran cine que atrapa, conmueve, hace sentir y pensar, que no te permite ser sólo espectador. El cine que uno tanto echa de menos.
"Frozen river" es la historia de dos mujeres que están solas, que desconfían una de otra pero tienen que unirse para conseguir dinero llevando en el maletero de un coche a inmigrantes ilegales de un punto acordado a otro, por lo que cobran la mitad al partir y la mitad al entregar la mercancía humana. Ninguna es feliz, ninguna hace ese triste trabajo sino porque no le queda más remedio. Una les sirve de cena a sus hijos palomitas de maíz y una bebida amarilla. La otra malvive en una caravana, apenada por el recuerdo de un hijo que le quitaron cuando dio a luz y al que ve muy difícil recuperar. No hay tópicos en esta historia, y está construida con una sabiduría que pocos muestran ya en la escritura cinematográfica: las escenas se encadenan, los diálogos son los precisos, la carencia de medios deviene ejemplar puesta en escena, los personajes tienen vida propia y no están a merced de los devaneos de la historia. Hay detrás, por supuesto, alguien que ha escrito un guión despojado y eminentemente literario, hijo del mal llamado realismo sucio, deudor de la mirada cargada de piedad de un Richard Ford. Y estamos ante una trama que cuenta sustrayendo, que no se abisma jamás en la redundancia ni en el sentimentalismo -y eso que hay oportunidades, muchas, con los niños que crecen solos, con la deudas de la madre, con la historia del niño robado-, porque entonces entraría en los terrenos de la mentira, de las concesiones, de las emociones pactadas y manufacturadas que tan abundantemente nos sirven en las películas de grandes presupuestos. Quien ha escrito "Frozen River" -la propia directora -ha ido a la médula de los asuntos, no ha movido la cámara por los desolados paisajes exteriores e interiores más que cuando era necesario y en la limpieza de las escenas -de las páginas- vemos que la verdad vence, descarnada y pura, como pocas veces en el cine actual.
Pero además está el final de la película, con las decisiones últimas de los personajes -decisivas, como las de la pareja de detectives de "Adiós, pequeña, adiós"-, que mandan todo un mensaje para quien quiera ver y quiera saber y sacudirse las legañas o las telarañas o la mugre económicosocial que tapa la mugre moral que nos envuelve. Con ese final, de película excelente pasa a imprescindible, a inolvidable.

E. L. Doctorow: Billy Bathgate (1). Primer capítulo

El primer capítulo de esta novela es un magnífico ejemplo para quienes empiezan en el mundo de la literatura, es ideal para las escuelas de jóvenes escritores. Doctorow narra con gran limpieza y gran precisión y una cantidad adecuadísima de detalles una escena en un barco vista a través de los ojos de un adulto que recuerda y que entonces era un muchacho, un aprendiz de gánster. Al colaborador más estrecho del jefe de los gánsteres lo han atado a una silla y le han metido los pies en un balde con cemento que va endureciéndose. Van a arrojarlo al mar. El hombre suplica que le maten, que lo hagan sufrir, insulta al jefe pero no consigue su propósito. Se desespera aún más cuando al camarote traen a la chica con la que estaba cuando por la fuerza lo arrastraron hasta el barco. Ella se asusta, vomita sobre su vestido. Después el jefe se la lleva y deja solo al que va a morir. Arriba, un ayudante del jefe habla con el piloto sobre los trabajos que hacían en el pasado, en barcos y lanchas, cada uno a un lado de la ley, pues el piloto fue teniente en un guardacostas y hacía la vista gorda ante ciertas embarcaciones que transportaban cajas con contenido nada legal. El hombre que sufre ruega que le maten, pero nadie quiere oírle.
Son 23 páginas magistrales, escritas con frases largas que nunca cansan, pues no se estiran porque sí, sino que poseen un ritmo mantenido y subyugante y lleno de información útil y necesaria. Bathgate dota al narrador de una mirada minuciosa pero también ágil, e inserta muchas emociones sin lastrar la narración, ya que no recurre a ningún tópico. La escena se alza perfectamente real ante la mirada del lector, cada persona se mueve y nos atrae, cada gesto anotado por el narrador nos cautiva también a nosotros. Es admirable verlo y saberlo y meditar después de haber disfrutado con el texto y concluir que sin ningún tipo de virtuosismo vacuo puede contarse tan bien una escena.


J. Ernesto Ayala-Dip y la novela negra

En un valioso artículo, "El placer del abismo", aparecido en El País, este crítico de merecido prestigio nos deja frases tan interesantes como éstas:

"Todos los caminos de la novela policíaca conducen al mal. Palabra tabú durante siglos, deviene ahora un concepto con el que se coquetea".

"Auden, a quien molestaba la palabra evasión cuando se refería a la novela policíaca, consideraba a Raymond Chandler un artista absoluto".

"No hay en la literatura policíaca detective privado, policía o periodista implicado en una causa criminal (además de conmoverse más o menos por sus consecuencias) que no sea consciente de que su operación de develación es ante todo una operación moral".

"Las sutiles inducciones del freudiano investigador Lew Archer de Ross Macdonald".

Frases muy certeras que aumentan mi estima por este buen crítico, que en el mencionado artículo defiende con pasión y razón las novelas de Fred Vargas y Stieg Larsson.



Texto recomendado: "Mis amores", en el blog de Graciela Barrera


Margaret Millar: Más allá hay monstruos


Es difícil entender por qué se olvida a un buen escritor. Hay modas, por supuesto. Hay opiniones, por supuesto. Pero también debe haber memoria. Creo que es muy justo recordar que Margaret Millar formaría parte del mejor grupo de escritores de novela negra que pudiéramos imaginar y juntar. Es un clásico, y me temo que la ha perjudicado no tener un investigador fijo en su libros que actuara como reclamo y como bandera. También, cómo no, ser una mujer. Y también que sus libros no discurran por caminos trillados, conformistas, los repetitivos mundos de asesinados y buscadores de asesinos.
Margaret Millar es una escritora muy completa. Creó personajes con vida propia, muy distintos y muy bien diferenciados en sus maneras de hablar y comportarse, ya fueran un abogado, un chico de catorce años, un policía, el dueño de un rancho o una madre medio loca. Sus argumentos no son retorcidos, sumamente complejos, no están trufados de violencia desatada ni disparos a mansalva. Millar escribe como lo haría quien no está anclado en un género, quien no se siente preso de un género y, sin menospreciarlo nunca, no se olvida de que las novelas están hechas de la carne y la piel de los personajes, así como de su alma y sus deseos frustrados. Millar elige situaciones criminales y escribe libros en los que se palpa lo que se dice, se siente porque es sólido, material e inconfundible. Millar era una escritora realista que entendió que la mejor manera de hablar de su época y de sus contemporáneos era a través de la tragedia, de la novela trágica y negra, que mucho tiene que ver con las obras de teatro del pasado en que al escenario subían personajes, trama, cuestiones por dilucidar y llanto, amargura, dolor, vileza, pero también desesperanza tenue, amor desenfocado, ternura quebrada, soledad provisional. No hay en Millar cinismo ni crueldad, no hay gratuitas páginas entregadas a la loa del nihilismo, no hay ningún derroche de frialdad ni de cerebralidad. Y, creedme, tampoco ingenuidad ninguna.
"Más allá hay monstruos" se desarrolla casi por completo en un juzgado y en un rancho. Hay un juicio para dar por legalmente muerto a un hombre que desapareció un año antes. La madre no quiere que el juez dictamine para siempre y la viuda espera que lo haga para poder seguir su vida. El capataz del rancho será un testigo indispensable. El policía que buscó al hombre desaparecido también. Millar se mueve entre los personajes con una agradable soltura, dejando detalles de lo que son y creen ser, de lo que les mueve y quizá también de lo que ocultan. Con una poderosa imaginería visual -muy deudora de los grandes escritores del sur de los Estados Unidos, empezando por William Faulkner-, Millar adereza, sin demasiadas comparaciones del tipo "como, como si, semejante a", el texto con elementos que nos hacen entender mejor lo que está pasando, que ayudan a careacterizar a lo personajes y a situarlos en su ambiente. No hay desperdicio en este texto. Millar escribe bien - qué pocos narradores negros actuales son capaces de hacerlo como ella, que nunca olvidaba que una novela es historia y palabras-, a ratos incluso muy bien, y jamás malgasta fuerzas en nada que no ayude a la trama a avanzar. En la economía de medios halla un cauce muy apropiado al sentido de sus narraciones, que son mesuradas, claras y profundas, aunque nunca pesadas, nunca cargantes -me vienen a la memoria Mankell y otros, que no aprendieron a pulir, que creen vencer sumando y sumando y sumando-: acercamientos perspicaces a asuntos que tocan el tema criminal y develan aspectos del alma humana con pericia y un tenue pudor que ennoblece sus historias y el sentido último de las mismas.
"Más allá hay monstruos" es lo que se escribía en algunos mapas medievales para señalar zonas de nuestro planeta a las que no se había llegado o era mejor no llegar. Millar titula así su libro porque detrás de todo lo que vemos y leemos se alzan algunas dudas: ¿habrá muerto realmente el hombre desaparecido, lo mataron ? ¿Qué ocurrió? ¿Damos el paso? ¿Vemos si hay monstruos? Que no tema ningún lector. En esta novela pequeña sólo en apariencia no habrá nada que lo asuste y sí mucho que le satisfaga. Es una obra pequeña sólo en apariencia de una autora mayor.


(Edición de la lectura: Bruguera. 1981.)