Lorenzo Silva: La marca del meridiano




Se conforma Lorenzo Silva. No es extraño que el autor de una serie detectivesca protagonizada por unos personajes fijos tienda al conformismo y a la repetición, pues el escritor, como cualquier hombre, se siente cómodo en los espacios conocidos y con la gente con la que mantiene un trato habitual. Pero no puedo dejar de reprochárselo pues, a diferencia de otros autores que cultivan el género, Lorenzo Silva es un gran escritor. La marca del meridiano empieza bien, pero promete más de lo que finalmente acaba por dar. Es la historia de un guardia civil que cruzó el límite y que paga por haberlo traspasado muriendo cruelmente a manos de unos asesinos despiadados. La aparición del cadáver y la resolución del caso son impactantes y exagerados, se contradicen con el tono realista y a ratos inteligentemente costumbrista que es el sello de la casa. La investigación tiene su interés, pero se desinfla progresivamente, y más cuando aparece un elemento resolutivo que no está desde el principio y aboca la narración a una rememoración superficial de un pasado y una relación amorosa que ni conmueve ni es mostrada con acierto para que se vea su verdadera importancia, su trascendencia en la vida del brigada Bevilacqua, un personaje muy bien creado, ya mítico, amante de lo militar y defensor de lo mismo con un énfasis contradictorio pero muy agudo y volcado quizá en exceso en sus propias emociones y en su mirada al mundo, lo que acaso nos priva de saber más de otros personajes, como Chamorro. Esto se advierte también en los diálogos, dotados de buen humor e inventiva pero que suenan en ocasiones a dichos por el mismo personaje. Creo que Silva carga esta novela de demasiados guiños culturales -canciones, series de televisión, películas- y acerca la historia, sorprendentemente, a un producto prefabricado, endeble puesto al lado de otros logros del mismo autor. 

Giorgio Scerbanenco: Venus privada (3). Amar a la muerta, matar al culpable

Duca Lamberti se da cuenta de que la amargura que ha llevado al muchacho a convertirse en un alcohólico tiene una causa noble detrás: el amor. Como no ayudó a la chica, que le propuso pasar con él una temporada fuera de Milán, pese a que acababan de conocerse, la imagen de ella quedó enterrada en su interior y poco a poco ha ido creciendo hasta que él ha acabado por idealizarla, idolatrarla, y ahora vive con el arrepentimiento en cada uno de sus gestos y de sus pensamientos. La quiere, la ama. Ha acabado por querer y por amar a una muerta, que no está, a la que no tuvo oportunidad de conocer y apenas trató unas horas. No importa: la ama y la amargura le impide vivir, seguir viviendo con normalidad, porque si amas a una muerta puede decirse que, de alguna manera, también tú estás muerto. Duca se da cuenta y entonces, para hacerle reaccionar, le propone que siga vivo, que logre dejar la bebida y, cuando encuentren al culpable, le dejará que lo mate con sus propias manos. Sabe que tiene que hacerlo reaccionar y que sólo  una propuesta brutal servirá para que el muchacho reaccione, recupere algún interés por seguir viviendo. El muchacho, dos metros de ser humano dolido y encerrado en su dolor, tiene una primera reacción, nueva: se echa a llorar.

Giorgio Scerbanenco: Venus privada (2). La culpa y el experimento de prostitución

El hombre bueno, noble, que sufre es porque se siente culpable. Eso le ocurre al muchacho alcoholizado. Duca Lamberti descubre por qué, y a partir de ese momento, como hay una muerte de por medio, la de una chica a la que el muchacho trató brevemente algún tiempo atrás, interviene la policía. Pero Duca colabora y hasta consigue ser parte importante en la indagación. Y mientras el muchacho intenta dejar de beber, intenta superar el peso del remordimiento, de la culpabilidad que lo agobia gravemente porque se reprocha no haber ayudado a la muerta cuando tuvo la oportunidad, Duca investiga, junto a un policía, y conoce a una mujer que le cuenta una historia curiosa, que revela y define la hondura psicológica y creativa de Scerbanenco: un experimento de prostitución. Leer estas páginas es asistir a algo nuevo, es andar por lo que podríamos llamar El territorio Scerbanenco, en el que los lados más oscuros y singulares de la personalidad humana se muestran sin ambages y de la manera más natural y creíble que podamos imaginar. Una joven que es frígida, lectora apasionada de Pareto, decide a los dieciséis años tener una experiencia en el mundo de la prostitución. Pero tarda siete años en decidirse, en dar un paso adelante, en aceptar que un desconocido le proponga un lugar, un acto o postura y un pago. Son tres o cuatro páginas memorables, de las que engrandecen a un autor. Y concluyen con estas palabras de la mujer: "Lo que más me impresionó fue la brevedad de la cosa - se había puesto seria-. Incluso después, siempre que he repetido estas experiencias, no he llegado nunca a comprender esa brevedad. Creo que requiere más tiempo pesarse con cierta precisión en la báscula de la farmacia. Y en un hecho tan breve, casi fulminante, se basan los cuatro quintos de nuestra existencia. Escribí muchos apuntes sobre aquella primera experiencia..."