Dashiell Hammet: "El agente de la Continental"


Hay en Dashiell Hammett un deseo de verdad que no es muy común. Una voluntad de no mentir, de no añadir a sus historias más que la ficción necesaria, las mentiras o invenciones imprescindibles. De ahí que no haya en este libro complicadas tramas detectivescas ni sorpresas encadenadas ni finales en que se desvela la identidad de un asesino. Hammett nos habla del hampa, de los delincuentes, de sus mentiras y sus maniobras para burlar la ley y a sus representantes. Como el narrador es un detective privado de una agencia, la Continental, el punto de vista está, obviamente, del lado de la defensa de la ley, pero la habilidad de Hammett es tan grande que hay detalles que no se pueden pasar por alto, como que el detective no tiene nombre y, en cambio, los asesinos y ladrones sí, y sabemos mucho de estos y de sus vidas y ese conocimiento nos sirve para pisar los charcos, mancharnos de agua y tierra, ser mientras leemos los delincuentes tanto como el detective que los persigue y busca detenerlos y llevarlos a la horca. Que el mundo de los malos sea más rico y esté contado con más detalles que el mundo de los buenos no indica que a aquéllos se les perdona su conducta ni se rebaje la importancia de sus hechos sangrientos. Pero Hammett ya no habla de malos sin pasado ni razonamientos, ya no habla del hampa para entretenernos y mostrarnos que los delincuentes son unos equivocados a secas, sino que nos está diciendo que esos seres están de ese lado y se defienden porque están de ese lado, acaso porque en la sociedad en la que les ha tocado vivir no hay más posibilidades para ellos que las de la fuga o la muerte.
Siete relatos integran este libro. En uno de ellos, escrito en los años veinte del pasado siglo, La muchacha de los ojos de plata, Hammett juega con unos ingredientes que serán primordiales en muchísimas obras del género: la mujer mala que maneja a los hombres a su antojo, el detective que lucha contra ella pero en algún que otro momento duda si pasarse de su lado y arrojarse en sus ojos, en su belleza, y dejarse vencer por la tentación. También la acción: hay muertes, hay asesinatos, hay persecuciones en coches rápidos, hay tontos enamorados y listos que se hacen ricos a costa de la imbecilidad de los demás. En medio de todo, el detective sin nombre, sin felicidad, sin recompensa que pueda valer de contrapeso a los sufrimientos que padece y los horrores que se ve obligado a contemplar. Y una pregunta, que creo oportuna y que cualquiera podría hacerse: ¿merece la pena leer a Hammet después de todo lo que se ha escrito, sabiendo que apenas nos sorprenderá ya lo que nos espera en las páginas de este libro escrito hace casi un siglo? Después de tantas películas, tantas series de televisión, tantas novelas que han copiado y desdibujado el modelo, ¿vale la pena volver a la fuente original? La respuesta es clara: sin duda, es como volver a mirar con ojos limpios de cansancio, fatiga y sueño una cara que nos espera y nos alumbra sólo con posar en ella nuestra mirada.