Duca Lamberti es uno de los mejores personajes de la novela negra, uno de los más creíbles y singulares, de los que han sido creados con mayor acierto y sensibilidad. Es un médico que estuvo en la cárcel acusado de practicar eutanasia. Se hace policía ayudado por un amigo de su padre, que se convierte en su superior. Conoce a la perfección las calles de su ciudad, Milán, e interroga a los sospechosos dejando espacio a la duda y mirando más allá de sus intereses inmediatos y sus convicciones, fiel al instinto pero también a una norma que podría acercarle a la definición de policía humanista.
Es creíble Duca Lamberti porque come, porque le vemos pensar y tener dudas, porque le vemos equivocarse, empecinarse con y sin razón, porque es un ángel caído, ya que nunca podrá remontar del todo la pendiente tras haber estado en la cárcel. Uno de sus errores le sale muy caro: la mujer a la que ama recibe multitud de heridas en la cara que la desfiguran para siempre. Pero ella no le abandona y él no deja que lo consuma el remordimiento. Hay que aceptar las cosas como vienen, por duras que sean: es una de las lecciones que se aprenden leyendo las cuatro novelas que Duca Lamberti protagoniza.
Por supuesto, es un policía singular. ¿Cómo podría quedarse, si no, tan arraigado en nuestra memoria? Saca del reformatorio a un chico y se lo lleva a su casa, le compra ropa y lo pasea y lo cuida aunque ha participado en un asesinato -el de la maestra -, y no lo presiona, esperando que le cuente lo que sabe, lo que vio, que le dé detalles para atrapar al secreto instigador que movió los hilos y se sirvió de unos muchachos para un crimen horrible. Es singular porque se vale de su propia ética para investigar -no deja de ser nunca un policía, pero no puede aplicársele la plantilla del funcionario rudo y cabezón que sólo tiene una idea entre ceja y ceja-, porque se juega el puesto para llegar hasta el fondo de los casos, porque sabe que siempre tendrá un pie dentro y otro fuera ocupe el lugar que ocupe, consciente de que todo es provisional.
Duca Lamberti es un personaje de su tiempo, perdurable, porque asume la culpa y sigue, no se hunde en hondas y vanas meditaciones, porque sabe que el sistema es más fuerte que él y se aplica en su trabajo a fondo como respuesta a la dejadez, la indolencia y el conformismo general. Y también porque padece, porque sufre conteniendo sus emociones, porque no rehúye la mirada en el espejo pero jamás se deleita en exceso ante lo bueno ni ante lo malo que pueda causar.
Supongo que, de haber nacido en los Estados Unidos, de haber sido valorado con atención por críticos y devoradores de novela negra que luego se han convertido en escritores, hoy Giorgio Scerbanenco sería considerado un clásico imprescindible. Lo es. Las cuatro novelas protagonizadas por Duca Lamberti pueden ser leídas por cualquiera, exija lo que le exija a una novela, y la mirada y la sensibilidad del autor nunca defraudan, y tampoco la originalidad de sus historias, la profundidad de las mismas y el equilibrio entre lo que se dice y lo que se sugiere, cualidad que define al gran escritor y le otorga el premio de la permanencia y el reconocimiento de los lectores avezados, los lectores exigentes, que se enfrentan a los textos con ojos limpios.