Fiódor M. Dostoievski: Los hermanos Karamázov




   Obra magna de Fiódor Mijáilovich Dostoievski, quizá la mejor obra de ficción jamás escrita, Los hermanos Karamázov es también una novela indispensable para el lector de novela negra, para el cultivador y el aprendiz, ya que una buena parte de ella está dedicada a un crimen y al juicio subsiguiente en que se valora la culpabilidad del presunto asesino. 
Son cuatro los hijos de Karamázov, cuatro que en muy poco se parecen pero que han nacido de un mismo hombre. Uno de ellos mata al padre y otro pensó matarlo, otro cree que lo mató, el último todo lo ve y todo lo comprende y todo lo perdona. El Dostoievski de más amplias miras aparece libre y completo en esta gran obra en la que hay espacio para las ideas más variadas y para el análisis más riguroso de una época y un país que pueda esperarse. Y, sin embargo, por encima de todo sobresale la lucidez del genio que apuesta por lo que no caducará nunca: el entendimiento entre los hombres, el deseo de ese entendimiento y del encuentro con quien seguramente nos creó. 
Pero diálogo, pluralidad no faltan en Los hermanos Karámazov, y  así encontramos la loa de Dios junto a la crítica más dura a la existencia del mismo -Si Dios no existe, todo está permitido-, la defensa del amor al prójimo junto al ensalzamiento de la individualidad cínica, el amor por el hogar junto a la podredumbre de las relaciones sociales. Dostoievski tenía ideas, pero no las impuso, y no vaciló en mostrar otras que estaban terriblemente alejadas de las que profesaba. Entendía muy bien qué es una novela, qué es una obra de ficción. 
Conmueve leer esta novela -o releerla, como es mi caso- en pleno siglo XXI. Si uno no se ha atrincherado en sus convicciones más profundas, si uno aún no ha renunciado a aprender de los demás, ni ha hundido en la nada su capacidad de sorpresa, no le resulta difícil reconocer que personajes como Aliosha e Iván Karamázov están tan bien hechos y presentados que pueden emocionar mientras se siguen sus historias. El puro y amante de todo lo vivo que es Aliosha, protagonista principal del libro, constituye una viva representación de la bondad natural del niño que ve y no juzga, que se deja encandilar y sabe perdonar con candor pero también con firmeza: emociona porque conecta con algo que todos llevamos dentro, algo que nunca muere en nosotros, en ninguno de nosotros. Iván es el descreído y provocador que no da el siguiente paso, que amaga y teme a la vez, que cuestiona y mantiene a raya sus más íntimas pasiones, que están pese a todo a punto de desbordarse para mal, casi siempre para mal, porque hasta el diablo lo visita y lo sacude y se ríe de él: emociona con su agudeza y su templanza y también con su carácter en algún momento ridículo y flojo, enteramente vulnerable, que a todos nos refleja también de alguna manera, a todos y cada uno de nosotros, los lectores. Dos personajes tan importantes como Don Quijote y Sancho, tan conmovedores e igual de inmortales. 
Y no me olvido del juicio al hermano acusado del asesinato, largo, de parlamentos fecundos en los que se siembran semillas de las que luego surgieron obras de Faulkner y Kafka, que sirven como base a cientos de relatos y a una gran multitud de historias protagonizadas por abogados y fiscales. Los trucos, las anécdotas, las interpelaciones, las refutaciones menudean para confundir y mostrar una verdad pulida como una piedra en un lecho de río, acaso dorada pero nunca verdadero oro, pues la verdad -nos dice Dostoievski- no es patrimonio de un solo ser pensante. Y tampoco de las páginas dedicadas al ermitaño, en las que religión y descreimiento no son más que las dos caras de la misma moneda, balbuceos a la orilla de un cielo que se va detrás del horizonte cuando cae el día, al anochecer. Y tampoco de los niños que insuflan ánimo con su leal presencia en el amigo moribundo. Y tampoco de las fiestas que empujan y alejan momentáneamente la angustia. Y tampoco de la visión valiente y justa del autor con los gestos y los movimientos y las acciones de algunas mujeres de la obra, que no están jamás en segundo plano, que no están en un banquillo esperando y copan con todo merecimiento el mejor lugar del escenario. 
Obra total, obra magistral, obra única, obra absolutamente recomendable para estos tiempos anegados de tantas falsas novelas maestras, de tantas creaciones metaliterarias e inanes, de tanto vano intento por vendernos como sublime lo que no ha sido concebido sino para el uso y disfrute únicamente momentáneo, Los hermanos Karámazov es sin duda la mejor novela que he leído, ese libro cuyo título esgrimo convencido cuando se habla de crisis de la novela y defiendo como ejemplo a seguir, como semilla de frutos inagotables, y aquí quería decíroslo, hoy y sin dejarlo para mañana, amigos.