Marc Dugain: Avenida de los Gigantes

 


   Pocas veces podemos encontrarnos en la actualidad con novelas tan valientes y tan ambiciosas, tan literarias y tan atentas a una realidad concreta como Avenida de los Gigantes, obra mayor de un novelista francés que se atreve y consigue lo que solo a los grandes escritores parece estarles permitido. Y hablo de autores de la máxima categoría, de los que no pasan de moda y están en las colecciones de clásicos, a los que sin duda se arrima Dugain para levantar la historia de un asesino en serie contada en primera persona, acto asequible solo para escritores arriesgados y muy capaces, perfectos empatizadores. 
   Sabemos desde el principio que la historia la cuenta un asesino en serie, personaje basado en un asesino real y vivo, y la lectura del libro nos invita a entrar en su mundo con sumo cuidado, evitando la grosería, la banalización, la caricatura y la exhibición impúdica. Para lograrlo, había que acogerse al método dostoievski -el de Apuntes del subsuelo y Crimen y castigo- y empeñarse en no hablar de un monstruo, en no monstruizar más al monstruo; objetivo ampliamente cumplido, pues gracias a la elipsis y a la inteligente estructuración de la historia nos sorprenderemos coincidiendo en algunas opiniones con Al Kenner, comprenderemos por qué sufre y lamentaremos su sufrimiento, e incluso habrá momentos en que no sintamos lástima de él, sino una entendible cercanía. Y es que la novela es un personaje, la novela la sostiene el personaje, basa su intriga en saber quién es el asesino en serie Al Kenner, que mata primero a sus abuelos -el mismo día en que asesinan a Kennedy, presidente de los Estados Unidos- y después parece dormitar, se diría que aplaca su necesidad de matar y hasta intenta llevar una vida más o menos normal después de salir del hospital psiquiátrico. Incluso será colaborador de la policía más adelante, y le confiarán una pistola para que investigue algunos casos de desapariciones.
   También ayudará a detener a un asesino en serie que mata a muchachas rajándoles el vientre, para lo que solo tiene que pensar un poco y acaso identificarse no demasiado ditanciadoramente e imaginar algunas serias diferencias con el desconocido asesino. Aplica en la tarea su coeficiente intelectual superior al de Einstein y sus conocimientos sobre psicología, siempre mientras refrena calladamente unos impulsos homicidas y destructivos que lo acompañan desde que su madre lo destinó al sótano de la casa, donde dormía, y lo apartó de su cariño y de su comprensión, algo que se produjo casi desde el mismo momento en que Al nació. Y aquí está el meollo de la cuestión: el futuro asesino en serie Al Kenner es una víctima del desprecio y la suficiencia de su madre, del hartazgo vital de la madre, de las pulsiones dominantes de la madre, que nunca lo considera más que un desecho, una equivocación de la naturaleza, un despojo, un mal andante -Al mata a un gato muy querido de la madre y lo decapita- que no tiene solución. Un caso clínico. Aspecto que elude muy bien Dugain durante toda la novela, porque haría del personaje una cosa quieta, una letra muerta, palabras en un expediente médico, y que solo se tuerce un poco al final, cuando se dan explicaciones y se intenta cerrar el libro de manera redonda, de manera quizá demasiado clara y definitiva.    
   Creo que Avenida de los Gigantes es una obra importante, llena de matices decisivos y clarificadores, pues además está muy bien escrita, exhibe frases de gran belleza y observaciones de profunda verdad cuando es oportuno mostrarlas y no decae en ningún momento, no miente en ningún momento y no falsifica en ningún momento, y eso quiere decir que no ha de sentirse pequeña e inerme al lado de las obras psicológicas de referencia de la literatura rusa, europea o estadounidense. Quizá es un clásico al que el tiempo no va a borrarle ni el título ni al personaje, objetivo mayor de escritores mayores.