Me muero yo también con Updike


Uno no puede llorar porque muera un escritor, alguien a quien no ha visto nunca. Pero creedme si os digo que tengo un nudo en la garganta y ganas de llorar. Se muere con John Updike también algo de mí, porque en un tiempo yo quise ser John Updike, como él o él, qué más da. Quise escribir como él escribía, ser incisivo, corrosivo, tener un ojo en lo real y otro en lo imaginado, quise sentir una enorme libertad trabajando, aunque sin perder de vista jamás la estructura de mi labor, de la novela.
Siento que se muere una parte de nuestras vidas también. Se van yendo los escritores verdaderamente importantes y decisivos, los que daban ganas de escribir mientras estábamos metidos en sus páginas, los que creaban vocaciones y formas de mirar el mundo, el arte, todo. Nos quedamos sin referentes.
En fin. Es así. Todo tiene su plazo, su vigencia, su actualidad y su finalidad. Tomadme por pesimista, pero creo que con Updike el género se muere también un poco, nos quedamos sin uno de sus pilares. Y me temo que apenas hay continuadores. La novela anda algo enferma, algo desasistida, de alguna manera eso que llaman su crisis es un estado y un síntoma irrebatible. Queda la obra de Updike, pero se va con él una parte del futuro, que ya nunca será, nunca existirá. La novela vale cada vez menos fuera del interés por el entretenimiento, por ganar dinero, por ser alguien como artista. Los auténticos creadores no tienen apenas voz, los escritores originales desertan o no encuentran la posibilidad de llegar al público general y la novela se enroca, se repite, se ahoga en aguas estancadas. Qué mala noticia que nos deje Updike. La novela, ese género amado, nunca se recuperará.


Foto: Getty/Hulton archive