Agustín Martínez: Monteperdido

   


   La intensa y cuidadosa labor de un guionista está detrás de este libro que es el primero que publica su autor, que ha colaborado y creado historias para la televisión con éxito y buenos resultados dramáticos. Los personajes han sido ideados uno a uno, con detalles caracterizadores que los distinguen y los hacen recordables. El lugar elegido para el desarrollo de la trama cuenta con muchas y bien dosificadas descripciones que dibujan con nitidez en la mente del lector un paisaje atractivo y dinámico. Toda la labor previa del escritor Agustín Martínez brilla con sello propio, con un peso innegable, aunque esto no es más que el primer paso para montar una buena novela. 
   Y Monteperdido es una buena novela. Diría más: una notable novela. Policíaca y no negra, volcada hacia el lado de la investigación y el descubrimiento de un culpable, con pocos tintes de denuncia social, ya que se opta más bien por la indagación en un mundo cerrado, una población pequeña con visitantes turísticos y una población fija a la que observar, de la que desconfiar, a la que escrutar para saber qué la motiva, qué secretos esconde. El primero es evidente: un secuestrador. Dos niñas desaparecen y cabe pensar que el responsable es un vecino del pueblo. Pasan cinco años y una reaparece, tras un accidente mortal que le cuesta la vida al hombre que la acompañaba y que la ha rescatado de su prolongado encierro en un sitio maloliente, oculto, de tamaño inhumano. 
   Martínez podría haberse lanzado desde este punto a la búsqueda indiscriminada de lectores, podría haber corrido hacia los prados del best seller, pero declina la tácita llamada y nos ofrece una inmersión en un pueblo en el que hay buenos y malos, habitantes de buenos y malos sentimientos, investigadores de la ley buenos y malos también. Como avezado contador de historias, reparte inteligentemente los elementos sorprendentes, los giros que la investigación precisa para no ser plana ni aburrida, adereza con pinceladas psicológicas a los personajes principales y los mueve en este juego que a ratos resulta, en verdad, apasionante, pues no hay exageraciones, trampas que después parecerían engañifa, sobresaltos de telefilme ni de serie para adolescentes o adultos desvelados. Martínez se acoge a lo mejor del realismo, orilla la oquedad del costumbrismo y no ahoga en el decurso del procedural la vida de los personajes, los cambios a que han de verse sometidos cuando los acontecimientos se precipitan. Pretendiéndolo o no, crea a una policía con una personalidad sólida y creíble, una de esas subinspectoras llamadas a protagonizar más novelas porque encierran mucha vida y no resultan pedantes, refinadas ni programadas ni de una sola pieza, porque parecen humanas y con algo que despierta al lector a la compasión y a la identificación, prendas imprescidibles para que un personaje de ficción pida más páginas y más libros. Además, sumando logros, la escritura de Martínez no es funcionarial, no es impostada ni seca a la fuerza: en las comparaciones tiene uno de sus mayores logros, pues no son nada destellantes ni pretenciosas ni vanas, ni material de relleno, sino que se sustentan en un tono muy real, en una elección de sustantivos muy comunes y cercanos, como corresponde a toda la materia del propio libro, que tiene los pies muy bien situados junto a los árboles, las casas, los caminos de un lugar que cualquiera puede sentir que ha conocido mientras pasea por sus páginas. También contribuyen a sumar las breves y reveladoras interrogaciones a que se someten a sí mismos algunos personajes, dudando, interpelando de manera indirecta a quien presencia la historia. 
En conjunto, Monteperdido es la admirable novela de un narrador de raza, que ha asumido muy bien las enseñanzas de su oficio de guionista y las lecturas de escritores que cuentan muy cerca de lo palpable; de un autor muy cualificado para el manejo del personaje múltiple protagónico; y que tan solo debe cuidar para futuros empeños creativos la corrección de un abundante, incómodo leísmo que en algunos tramos -junto a las deficiencias muy habituales en nuestros contemporáneos en el uso acertado de lo que antes llamábamos el objeto indirecto- afea el buen acabado de una novela que se aúpa sin ninguna duda a ese preciado sitio en el que brillan las mejores novelas españolas policíacas de ayer, de ahora  y de siempre.