David Peace: 1974

   


   Esta es una novela dura, negra, muy negra, con mucha violencia al final y unos crímenes horrendos, con palizas de policías innombrables, asesinatos de niñas, sangre y mucha muerte: una novela que no cuenta para entretener tan solo, que involucra, que aplasta en el sofá, que mancha los ojos. Forma parte de una tetralogía y está escrita por un autor que sintió inspiración y necesidad tras leer a James Ellroy y contagiarse de su estilo cortante, afilado, abrupto, poético con vidrios rotos dentro, alucinado con rojos y amarillos que ciegan, un estilo despojado y tan preciso como el canto de una piedra rodada. Y cuenta la historia de un periodista que va a ver cómo se hunde en una investigación mutilada, manipulada, conducida y reconducida, pesadillesca en torno a los asesinatos de unas niñas y tras la pista de un asesino huidizo, mutante. La novela se mantiene gracias a este estilo, al nervio y a la rabia, al impulso frenético del narrador, ese periodista que se lo juega todo por llegar no a saber la verdad, sino a estar ante ella, a tocarla. Y cuando se rompe el dique y la violencia se desata, nadie queda a salvo, nadie escapa a un puñetazo, a un disparo, a una patada: la tragedia griega, la tragedia shakesperiana vienen a plantarse en el centro de la historia y no hay más que aguardar a que caigan fichas y personajes, a que el dolor inunde las miradas, destroce dedos y vidas, cercene, inutilice, destruya. Esta novela es un estallido y una catarsis, eso que los amantes de la novela negra de verdad comprenden y esperan sabiendo que la literatura es en ocasiones un pozo oscuro al que no puedes hurtarle la mirada.