Ramón J. Sender: Imán

   



   Imán es sin duda una de las mejores novelas que he leído, una de las más sinceras, quizá la más inolvidable de todas. Desde la primera línea me quedé atrapado por su estilo directo, exento de florituras pegajosas y falseadoras, por su contenida plasmación en secuencias cortas, proclives al dibujo breve y revelador de una situación o de un personaje, y puedo decir que ese estilo y esa secuencialidad pasaron a formar parte desde la primer lectura de mi manera de entender la narrativa propia, de abordarla, de sentirla y de plasmarla (también Vázquez Montalbán y el Julio Llamazares de Luna de lobos tuvieron mucho que ver). Admiro sin reservas todas y cada una de las páginas de esta intensísima novela, que sin miedo diré que me parece una de las ocho o diez mejores de la narrativa española del pasado siglo. Y lo afirmo porque este relato de guerra y de seres rotos no se despeña jamás por el lugar común, es valiente como pocos denunciando y señalando a quien se denuncia, porque es una historia que nació libre y aún hoy nadie ha domesticado ni llevado a ningún chiquero: es la novela de un autor libre y entregado a la consignación de lo vivido y lo visto en una guerra cuyo fin es -como en la de todas- la muerte del débil y el juego de fichas del poderoso. Sí, es la novela de quien no tiene ataduras, de quien levanta una crónica poderosa e indestructible para generaciones venideras porque se siente obligado a decir su verdad y, de paso, lo dice todo con palabra cierta, irreductible, con palabra libertaria a la que no cabe echarle el lazo para atarla ni doblegarla. 
   Pero es que, además, Imán no es solo una novela de prosa depurada, de un solo tono: hay aquí inteligentes adjetivos; ocasionales ritmos con palabras que se repiten, muy afines a la mejor poesía; monólogos interiores de hondo calado; diálogos vivos y muy creíbles; una estructura sencilla y sapientísima; y una inusual narración en presente de indicativo que poquísimas veces ha lucido tan vibrante y cercana, tan comunicativa y tan brillantemente narrativa. Aunque fue escrita por un joven menor de treinta años, aunque contaba lo que había visto y padecido, aunque hubiera una primera intención, por encima de todo, de crónica verdadera, el texto resultante no puedo por menos de afirmar que es un monumento novelístico, de joven genio de las letras sin edad y hasta sin conciencia de qué había parido: un hito en las letras españolas, en las letras universales. Porque Sender resuelve todos los escollos de manera magistral: vigoriza el paisaje por el que se mueve Viance, el sufrido soldado inmersos en la guerra de Marruecos, con cuatro destellos arrancados al mejor Balzac; se adentra en las batallas con la equilibradísima mirada de horror y de familiaridad con la muerte del mejor Tolstói; ausculta los temores y los recuerdos sustentadores de Viance como el mejor Dostoievski. Y aunque la novela tiene un solo tema, aunque el campo de batalla es el escenario fundamental, nunca nuestra percepción se ve embotada ni presa del quietismo: aquí todo avanza, todo lleva a la siguiente acción, todo se hilvana con un rigor y una lógica elementales y sapientísimas que convierten al lector no en un observador de la miseria ajena, sino en un compañero de fatigas, un compañero de marcha y de lucha, de sorpresas y de gratos reencuentros, de un deseo de huida o de fin que no sea a los pies de la muerte. Son pocas las ocasiones en que el lector podrá entender plenamente qué es una guerra desde dentro de manera tan cabal, sin que el autor se haya torcido por el lado de la violencia gratuita o de la emoción dirigida con un propósito espurio. Se denuncian las atrocidades de la guerra, pero sin el espectáculo gratuito y de doble rasero moral de tantas historias urdidas en la actualidad, ya sean para el papel o para la pantalla. Viance sufre y se cuenta su sufrimiento, pero no hay en Imán ni un gramo de más de actos violentos, de enfrentamientos de sangre, de muerte vulgarizada. Insisto: es una obra mayor de un autor al que Rafael Conte consideraba uno de los tres más grandes novelistas del siglo pasado en España. Es una novela magistral página tras página, una de esa novelas que abres no importa por dónde y siempre ofrece alta literatura, humanidad a raudales, sinceridad a manos llenas, un pasaje hipnótico o una imagen que prende en ti de inmediato. Una novela para leer y releer durante toda una vida.  
   Imán es, sin duda, una novela a la que le debo mucho, de la que me siento feliz deudor y eterno aprendiz. Uno de los libros más perfectos a los que he tenido la oportunidad de acercarme. Uno de los inmortales, que diría mi admirado Conte: uno de esos libros que solo con haber leído justifican y dan fuerza y sentido a esta aventura solitaria de leer y de creer en la valía de lo que viven los otros, esos que están tan cerca y sin los que nada valdría la pena.