P. D. James: Muerte en la clínica privada

   


   Novela escrita sin prisas, con una historia contada sin prisas y unos personajes dibujados sin prisas, Muerte en la clínica privada es una novela negra modélica. Tenemos a un detective investigador, un asesinato y a unos cuantos sospechosos en un lugar apartado. Las indagaciones no son en ningún momento pesadas, los interrogatorios no son largos, no se nos obliga a dar vueltas alrededor de los sospechosos hasta arrojar luz sobre uno después de sembrar sospechas, descartar nombres, volver sobre los hechos una y otra vez, como ocurre en tantas novelas policíacas. La sabiduría narrativa de P. D. James, una escritora de fuste que nunca escribió malos libros y eligió el género negro porque como otros grandes partía de ahí para hacer obras memorables, nos evita todo lo accesorio y lo vacuo, que más destilado se nos presenta ya en cualquier serie televisiva. James crea personajes, ahonda en sus querencias y en sus obsesiones, y los lleva a escenarios criminales para ver cómo se desenvuelven, qué hacen en situaciones límite, qué pueden aportar, qué los cohíbe, qué los cambia. Alternando de manera inigualable el punto de vista, que salta del menos interesante al más seguido de los personajes, transita por la historia con una fresca soltura y no nos impone una sola visión limitadora, con lo que el libro no es en ningún caso ya exclusivamente una novela negra, aunque nunca deja de serlo, bien claro quede: conoce los límites James, no los sobrepasa, y los estira sin romper nunca lo más importante, que es la verosimilitud, eso que falta en tantísimas novelas dentro y fuera del género, con autores empeñados en obligar a los personajes a pensar y actuar como a ellos les da la gana, sin permitirles que crezcan, que se expresen libremente. 
   Lo mejor del libro es, sin duda, la escritura de James, atenta al detalle poético, a la imagen fijadora, a la inspiración y al trazo firme que fija en la memoria un gesto, un acto. En esto tiene pocos seguidores y pocos competidores esta gran novelista. Se diría que estamos ante una gran pintora que retrata escenas pequeñas, alguna muy conocidas, para que todos puedan entender y sentir:  y no elijo este verbo por que sí: sentir es lo que le va quedando a la novela, herida por los grandes aciertos narrativos de las series con varias temporadas que son las herederas de las narraciones novelísticas de otros tiempos, y que no competirá jamás en imágenes ni en síntesis. Sentir es sinónimo de empatizar en lo que trato de deciros, sentir es capacidad para comprender a otro, sentir es también posibilidad de pensar como otro que huye de una escena del crimen o se acerca irremediablemente a ella. En esto, P. D. James demuestra ser una gran maestra, y se merece un lugar junto a Chandler, Hammett, Macdonald, Montalbán, Madrid y otros, pues a su manera más sentimental y filosófica, nos cuenta los males de un mundo que está aquí al lado, en la esquina, en la casa vecina, nos habla de los desarreglos, los desacuerdos, nos habla de los instintos definitivos con la congruencia y la terrenalidad adecuadas para que sus historias suenen como canciones ejecutadas en el filo de la navaja con una voz culta, rasgada y sumamente expresiva.