Juan Herrezuelo: Las flores suicidas

   Tiene cinco relatos este libro:

   La esfera de sus plumas: La imaginación de Herrezuelo, siempre cercana a lo que brilla al otro lado de las cosas, vuela libre y poderosa en este relato que empieza con ecos de Cortázar, se desarrolla con otros de Saramago y se acerca a su final con otros del mejor Stephen King, ese escritor siempre apenas valorado por la crítica pero capaz como pocos de definir los miedos y los temores de una época. En su final hay un Herrezuelo más personal, o el más personal, mejor dicho, aquel que tiene un alma sencilla y mira al mundo con una distancia apaciguadora y algo distanciadora que no encubre su sensibilidad antigua, noble y quizá pasada de moda para los gustos de quienes se pelean contra zombis en las pantallas y se adormecen ante los televisores en los que algunos personajes de ficción se matan ya casi con desidia, ahora que la muerte es lo más común en los telediarios y lo oscuro es lo único que altera, aunque brevemente, las emociones asustadas por lo cotidiano real. Herrezuelo no quiere ir más allá de lo que se plantea en este relato como una sensibilidad antigua porque busca al lector cómplice, al lector que ama las palabras y las paladea releyendo frases y disfrutando con inesperados adjetivos junto a conocidos sustantivos para obtener una experiencia estética de alta categoría. Y aquí aparece la influencia más callada, la menos evidente: Kafka. Porque las palomas del relato no son pájaros, porque la ciudad cerrada no es una ciudad, porque la narradora no es una narradora, como un famoso personaje de Kafka no era tan solo un insecto. Y empieza el desafío a lo que el lector daba por hecho, y el final y el tono demodé se convierten en algo afilado y menos reductible, como en los relatos del gran Henry James menos apegado a lo cuantificable y ordenable. Así que, una vez han comparecido todos estos maestros de la literatura para dialogar con nuestro autor, dentro de su texto y fuera de él, sin que nada rechine, ¿quién osará decir que no es otro maestro -pues nada de ejercicio vano ni hipertextualismo ni de manía de epígono hay aquí- el que firma La esfera de sus plumas?
   El fuego sordo es un relato cortazariano que nos plantea cuáles pueden ser los límites del realismo y de un cierto tipo de relato que juega con las apariencias hasta reducirlas al tamaño de una caja de cerillas y es capaz al instante siguiente de agrandarlas hasta mostrarlas con el tamaño de un paisaje real visto de manera frontal y en vivo. Herrezuelo, ante todo, demuestra que su idilio permanente con la mejor prosa no es nunca casualidad y ofrece una lección de narración vivísima con imágenes muy poderosas -el juego en el asiento el coche, la tripa de la embarazada, la ventana alta y oscura- que nos hablan de su talento inmenso, uno de los mejores para la narración en tercera persona de nuestro aquí y ahora, plagado de voluntariosos epígonos fallidos de Hemingway que no dan más porque no tienen más que dar y de acartonados creadores de prosa rimbombante que suena a caduca y muerta desde la primera línea porque amar la literatura no es ser amante de ella. No está este a la altura del anterior relato porque aunque se nos aporta una visión actual de la derrota social y económica muy apreciable, hay en el cuento un exceso de abstracción interior y una aceptación excesiva de las reglas cortazarianas que limitan la creatividad de nuestro buen autor. Pero, claro, decir que es un relato menor de Herrezuelo significa decir que es como poco un notable relato.
   Vísperas de olvido: Insuperablemente escrito, con una prosa que es dúctil y armónica como pocas, con aciertos expresivos y con una creación de imágenes de alta escuela, que sirven a su autor para demostrar que es uno de los mejores escritores con que contamos en la actualidad, este relato nos lleva de la realidad a las apariencias sobresaltándonos, preocupándonos, inmiscuyéndonos inteligentemente. Herrezuelo nos muestra sus dotes de excelente dialoguista, que se sustentan en un ingenio natural y nada forzado, fresco y envolvente, de experto lector de teatro y practicante acaso en secreto del mismo -quedan las ganas de seguir leyendo más páginas con la obra iniciada e interrumpida, incluso una completa, tan bien crea personajes y situaciones el palentino en muy breve espacio-, y con la misma soltura baraja las superficies de realidad sin rompimientos, sin saltos bruscos, como en la salida o entrada al sueño de cualquier persona que se duerme relajada. Pero el relato no es redondo porque se nos explica, y es la parte más floja: a la escritura de máxima exigencia no la acompaña una elección mejor que la de cerrar con una imagen definitiva, cuando quizá era preferible que el relato volviera a la primera realidad, a la no asible, a la que no se puede asimilar fácilmente solo por medio de una excepcional prosa y una técnica literaria de impagable valía. 
   El camino de los aires: Rozando la genialidad al usar unos materiales que aúnan casi a la perfección lo más literario y lo más vital, lo más clásico con lo más actual, Herrezuelo abre un espacio para el sueño con este relato que lo sitúa cerca de algunos autores que nunca se conformaron con lo que la vida les ponía delante de los ojos y de otros que soñaron sin cerrar los suyos. Discurre con una magnífica cadencia y un ritmo sin duda maestro, de gran escritor que hace suya una historia y no solo la cuenta y la canta, sino que la entrega como desprendiéndose de algo muy íntimo y muy real. La genialidad -eso que aparece pocas veces en una generación de escritores y que acaso entre los de la generación de Herrezuelo ninguno ha oteado- se mueve por la primera parte del relato y hasta su mitad -cuando hace aparición la Empresa se destensa algo la magia, se difumina un poco la magia y se nos obliga a mirar donde el espacio de la fabula momentáneamente se adelgaza- muy claramente. Aunque todos los materiales no son suyos -nadie ha usado nunca en literatura nada enteramente propio-, el palentino los equilibra y los usa hasta ennobleciendo alguno y nunca nos arroja a la sima del sentimentalismo, el principal escollo para quien desde hoy y con la vista puesta en el éxito se enfrentaría a la redacción de este hermoso cuento casi nacido al arrullo de un entresueño y acaso para él destinado. ¿Cómo no oír la voz del chiquillo cuando vuelve a hablar, la de los trenes que pregonan el regreso a la actividad, la de Eduardo que le cuenta al narrador sus sufrimientos y sus entusiasmos inapelables? No solo es un relato memorable, sino que es uno de los mejores que se han publicado en nuestro país en los últimos años, y que no engañe al receptor la amistad que me une con el autor ni el nombre poco conocido de la editorial: esta afirmación la hago con el ánimo asentado y el convencimiento seguro de que los lectores no verán entusiasmo excesivo sino reconocimiento sincero de quien también escribe y publica libros en la actualidad pero no tiene empacho en reconocer lo que ha de destacarse y celebrarse en el ámbito de nuestras letras.
   Las flores suicidas: Es un relato sobre conspiraciones, o más bien habría que decir que trata sobre la Gran Conspiración. Lo mejor está en la voz de quien cree en la conspiración y suministra datos que cuando el lector acabe de leer el relato tendrá la sensación de que son algo muy vivo y que se alza como un montón de cajas de información muy sólidas ante sus ojos apenas aparte la vista del libro. Juntar tan bien todos los hechos reales es el gran logro que otorga verosimilitud a la narración, a la par que una gran inquietud: los mejores materiales para una obra narrativa. Sin embargo, Herrezuelo cae en su propia trampa y nos lleva hacia lo que más tiene de novelesco esta historia y le resta con eso hondura humana y alcance más allá de lo puramente literario con unos personajes y unas historias que desvirtúan la central y la doblegan con un final en el que manda el escritor y es vencido el fabulador. No se trata de asustar, pero tampoco de tener miedo de dar un paso hacia el otro lado, pues el conspirador está del otro lado y se le abandona por mor de un acierto de perspectiva que en verdad lo inutiliza en buena medida, con lo que no se consigue crear una historia tan hermosa y tan fascinante y tan irrepetible como en El camino de los aires, relato que es maestro en sumo grado y vale por sí solo para que sea tenido este libro -acompañado de cuentos que oscilan del notable al sobresaliente- como uno de los más destacados del año cuando empiece a hacerse recuento.