Gustavo Malajovich: El jardín de bronce

 


   Novela que tiene detrás la mano hábil de un buen guionista, está además bien escrita en general -por una mano que no desdeña lo habitual en el thriller comercial pero permanece atenta a la oportuna utilización y buen uso de la literatura de calidad como en muy pocos best sellers hallaremos- y supone el comienzo de una saga que promete ser una referencia en su marco, el de la novela de intriga. Las historias de desapariciones poco pueden sorprendernos ya, pero esta lo hace porque el autor crea a un personaje poderoso y creíble que no es policía, sino un ciudadano común cuya hija ha desaparecido y decide buscarla al margen del ineficaz trabajo de la policía. Esto lo sitúa en una perspectiva muy diferente a la conocida en series y películas, casi siempre vistas desde los ojos de los investigadores con placa, y al espectador lo ayuda a comprender mejor y a escapar de lo predecible. Como entretenimiento, es un libro insuperable. Pero además nos servirá para meditar sobre el dolor solitario, la pérdida y el secreto, el amor incurable y la imposibilidad de saber más allá de donde la realidad alza barreras creadas por los sentimientos rotos. La prosa es buena, casi notable, y los trucos no empañan el acierto de las imágenes más definidas, como la de esa niña que antes de desaparecer ha perdido un muñeco o la de los viajes por lugares que pueden ahogar a un hombre que no esté muy despierto. Y, por último, me parece entrañable el detective privado desmitificador y noble que acompaña al padre herido durante las pesquisas: es el mejor personaje del libro.