La literatura de Patricia Highsmith es tan fascinante que no le perjudica que uno antes haya visto una película basada en una de sus novelas para abordar la lectura y sentirse deslumbrado, atrapado en un diálogo autor/lector que pocas veces encontramos en las letras universales de cualquier época, y que a mí me remite a Dostoievski y a los autores existencialistas.
Rastrear las pistas de Dostoievski no supone un gran trabajo: la misma autora reconocía su admiración por el genial ruso y, además, no parece posible pensar que Ripley pudiera existir si antes no hubiera existido Raskolnikov. Tom Ripley es el Raskolnikov del siglo XX, el personaje que se asoma al abismo del asesinato cuando no le queda más remedio para seguir manteniendo su estatus social y la tranquilidad de su vida cotidiana, tan vulgar y aburrida como la de cualquier burgués de su época. Ripley es de izquierdas -a su mujer quiere hacerla de izquierdas en esta novela-, pero ejerce poco, como es fácil de entender. Es un tipo que mira lo que le rodea y llega a la conclusión de que él también se merece vivir bien, cueste lo que cueste: moral que en nada se distingue de la que ostentan los ricos de nuestro mundo, que acaso no matan con sus manos directamente pero sí lo hacen por medios interpuestos o por omisión, sencillamente. Ninguna gran fortuna resistiría una revisión a fondo de su gestión ni de las fechas de su fundación. Así piensa Ripley. Y actúa para no ser una víctima, sino otro privilegiado que vive cómoda, muellemente. Si tiene que matar, mata. Pero no tiene remordimientos, porque sólo mata a quienes él cree que se lo merecen.
Parece más arriesgado situar a Patricia Highsmith cerca de los escritores existencialistas, pero quien se acerque a esta singular novela encontrará muchas expresiones y páginas y preocupaciones sobre la vida y la moral que le harán pensar lo mismo que a mí. Highsmith nos traslada meditaciones de sus personajes sobre la temporalidad de todas las cosas, la corrupción del alma en un mundo descaradamente materialista, la volubilidad de carácter y la facilidad con que se puede manejar a las personas débiles, el sentido de la vida cuando todo está predestinado a la absoluta desaparición. Lo que ocurre es que Highsmith narra una historia criminal y quizá a veces nos quedamos en lo más evidente, lo más cercano, lo más obvio, y creo que si dejamos la primera lectura a un lado hay una segunda existencialista, valiente, honda y trágica, que define a la perfección qué intenta contar con esta novela la gran escritora estadounidense, libre, alejada de tópicos, de convencionalismos vacuos, arriesgada y lúcida como pocos. No en vano, las últimas líneas de la novela están dedicadas a una meditación sobre el uso que hace de su conciencia una persona que nunca ha matado, pero que se beneficia de las muertes de otros, del dinero ganado de manera nada legal por otros.
Es "El juego de Ripley (El amigo Americano)" una novela negra, pero también deudora de la narrativa de Henry James (qué bien estructuraba Highsmith sus historias, lo que le valió ser la reina del suspense, pero más allá de la emoción hay mucho más, hay una inteligencia eficiente que dosificaba, situaba a la perfección cada elemento y lo acercaba a lo real, pues sus personajes siempre están haciendo cosas palpables, como comer, llevar ropa de un cuarto a otro, cerrar el marco de un cuadro, cuidar un jardín), de Dostoievski, de los existencialistas franceses. Es una lección honda sobre las pasiones humanas. Es un libro lleno de amargas verdades que no pueden obviarse. Una obra maestra de la literatura, un libro que jamás dejará de tener sentido y valor, que le ha ganado un respeto y un reconocimiento incontestable a su autora, que pisó los lados oscuros y supo volver para narrarlo. Una obra de un ser humano al que hay que agradecerle mucho por su valentía y su honestidad, su compromiso con la verdad, una verdad difícil y dura, pero en cualquier caso verdad.
Texto recomendado: "Raymond Chandler: El largo adiós", en el blog de Elena, una de las mejores, más cualificadas lectoras de la red.
Parece más arriesgado situar a Patricia Highsmith cerca de los escritores existencialistas, pero quien se acerque a esta singular novela encontrará muchas expresiones y páginas y preocupaciones sobre la vida y la moral que le harán pensar lo mismo que a mí. Highsmith nos traslada meditaciones de sus personajes sobre la temporalidad de todas las cosas, la corrupción del alma en un mundo descaradamente materialista, la volubilidad de carácter y la facilidad con que se puede manejar a las personas débiles, el sentido de la vida cuando todo está predestinado a la absoluta desaparición. Lo que ocurre es que Highsmith narra una historia criminal y quizá a veces nos quedamos en lo más evidente, lo más cercano, lo más obvio, y creo que si dejamos la primera lectura a un lado hay una segunda existencialista, valiente, honda y trágica, que define a la perfección qué intenta contar con esta novela la gran escritora estadounidense, libre, alejada de tópicos, de convencionalismos vacuos, arriesgada y lúcida como pocos. No en vano, las últimas líneas de la novela están dedicadas a una meditación sobre el uso que hace de su conciencia una persona que nunca ha matado, pero que se beneficia de las muertes de otros, del dinero ganado de manera nada legal por otros.
Es "El juego de Ripley (El amigo Americano)" una novela negra, pero también deudora de la narrativa de Henry James (qué bien estructuraba Highsmith sus historias, lo que le valió ser la reina del suspense, pero más allá de la emoción hay mucho más, hay una inteligencia eficiente que dosificaba, situaba a la perfección cada elemento y lo acercaba a lo real, pues sus personajes siempre están haciendo cosas palpables, como comer, llevar ropa de un cuarto a otro, cerrar el marco de un cuadro, cuidar un jardín), de Dostoievski, de los existencialistas franceses. Es una lección honda sobre las pasiones humanas. Es un libro lleno de amargas verdades que no pueden obviarse. Una obra maestra de la literatura, un libro que jamás dejará de tener sentido y valor, que le ha ganado un respeto y un reconocimiento incontestable a su autora, que pisó los lados oscuros y supo volver para narrarlo. Una obra de un ser humano al que hay que agradecerle mucho por su valentía y su honestidad, su compromiso con la verdad, una verdad difícil y dura, pero en cualquier caso verdad.
Texto recomendado: "Raymond Chandler: El largo adiós", en el blog de Elena, una de las mejores, más cualificadas lectoras de la red.