Nos gustan las novelas en las que hay una investigación porque intuimos la presencia de verdades ocultas. Sharon McCone llega hasta el final en cada caso porque anhela pisar el punto en que están enterradas esas verdades. Puede haber una situación difícil de creer, de aceptar. Que obligue a tomar partido o a dudar. En este caso, tras la maraña, hay una persona que mata a enfermos terminales. No de manera altruista, sino cobrando. Eutanasia. El lector se para, piensa, recuerda, imagina. Como Sharon, el lector está en una encrucijada. ¿En qué creo, a quién creo? Ve moverse a esa persona y tiene que decidirse: verdugo, asesino, cobarde, necesario, cruel, moral, inmoral. Sharon resuelve el caso. Sabemos entonces si la persona que practicaba la eutanasia es definitivamente buena o mala, aceptada o rechazada. Desembocamos en la verdad última, que no revelaré. Y al llegar el libro a su final comienza el proceso más apasionante: el lector lleva dentro el espíritu de la novela, el espíritu de las opiniones del autor. Asiente o niega en silencio, se vuelve cómplice o detractor en una charla, un comentario, un pensamiento acaso aislado. Cada lector es un mundo. Y yo, con mi propio mundo a cuestas, con mis propias opiniones, tras disfrutar de la lectura de esta novela tan bien escrita y tan interesante, concluyo que tras la verdad también hay sombras.