
Me gusta la novela negra porque me gusta la novela social, porque me interesa la gente, porque no permanezco indiferente ante el mal que aqueja a otro, porque creo que hay que mirar nuestro lado malo para aprender: la vida es un aprendizaje que acaba cuando morimos. Incluso del anciano más vulnerable, más enfermo podemos llegar a aprender algo: hay miradas que comunican más que discursos enteros. Me gusta la novela negra gracias a autores como Manuel Vázquez Montalbán, un autor que se preocupaba por sus congéneres, que estaba comprometido con las mejores sociales, que analizaba y luego escribía, nos daba su punto de vista.
Las novelas permanecen muchos años después de haber sido publicadas porque a los lectores siguen tocándoles fibras íntimas que les mueven a meditar, a sentir, a llorar y a reír. "La soledad del manager" fue publicada en 1977 y en ella hay un caso de lo que hoy se denomina violencia doméstica. Pero no está metido con calzador: inteligentemente, lo inserta Montalbán en un momento en que Carvalho visita una comisaría, requerido por la policía, y en tanto aguarda a que le atiendan/interroguen. Un hombre que está a su lado, con las esposas apretándole las muñecas, le cuenta su historia: ha disparado contra su mujer y su hija con una escopeta por una discusión doméstica originada mientras levantaba media pared de ladrillos para hacer paellas en el jardín de su torrecita. Y es en las palabras elegidas, en el punto de vista, en la elección del lugar y del instante para contar esta pequeña historia donde apreciamos la calidad literaria de nuestro autor, su compromiso humano, su negación del sensacionalismo, e igualmente anotamos una vez más por qué la literatura necesita al realismo, al buen realismo, al realismo sincero, ese que nace de la voluntad y de la necesidad de hablar de lo que le pasa al que vive a nuestro lado, en la calle de enfrente, porque todos somos uno y uno es todos cuando tenemos oídos y tenemos manos para ayudar y voz para prevenir y piernas para correr en la dirección afortunada.