Mercedes Castro: Y punto. (3) Emocional, sin cortapisas



Mercedes Castro deslumbra en algunos pasajes de su novela, su prosa y su creatividad desprenden aroma de gran escritor, pues sabe cómo acercarse a los escenarios que su mente ha ideado y cómo narrar desde ellos, cómo trasladar a la mente del lector emociones, ideas, sensaciones, conceptos. Y lo hace con riqueza verbal y con riqueza de procedimientos, abordando los instantes delicadamente dilatados con un manejo del idioma y de la frase que se alarga, como el hilo del pensamiento herido, de forma notable. En la página 108 hallamos unos párrafos en que la primera persona se convierte en segunda y tercera a la vez sin dejar nunca de ser primera: Clara se ve a sí misma desde fuera comparándose con un amigo muerto y se ve pequeña, se ve liviana frente a la verdad de la sencilla felicidad del otro, del desasimiento consciente de lo superfluo, del encuentro con lo esencial. El tono elegíaco atrapa y engrandece la novela, la mueve a una zona de seguro reconocimiento y de bondades narrativas que no abundan en la literatura actual, tan medida por culpa de los depauperadores consejos editoriales, encaminados a contentar al grueso de los lectores no habituales y a eliminar la poesía en la prosa, la creatividad honda, la efusión y el amor libres por el propio trabajo, como si ahora escribir novelas hubiera de ser el resultado de unas clases bien aprendidas en bonitas escuelas de escritores, que, como toda escuela, ya sabe el informado que sólo sirven, de partida, para la homogeneización y la correción a la baja, la corrección castradora. Mercedes Castro deja que Clara se alivie, en breves párrafos, con tiradas líricas y genuinamente emocionales ante la muerte de alguien al que conoció, ante el reencuentro con quien le hizo daño en el pasado, y esto se lo debemos a una escritora que apunta a la totalidad, que no censura, que no corta para contentar, que da mucho y que no escatima.

Foto Mercedes Castro: Efe

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