Richard Ford: La última oportunidad


Calificada por Raymond Carver como una novela merecedora de las más altas calificaciones, obra de un maestro de la literatura contemporánea y digna de figurar al lado de "Bajo el volcán", de Malcolm Lowry y "El poder y la gloria", de Graham Greene, "La última oportunidad" no aparece precisamente con letras grandes en la historia de la literatura, acaso porque en ella hay un aroma a novela negra y porque dentro se empuñan armas, se dispara, hay personajes que no responden a la llamada de lo sancionado como clásico. Ay, la historia de siempre: el ninguneo de la novela con acción y movimiento. Pero cuando uno empieza a leer "La última oportunidad" no tiene la sensación de hallarse ante una obra fácilmente catalogable, porque el estilo medido de Ford-que tiene tendencia a la imagen sensible, a un lirismo de la mejor cuña, factores que aplaudo- no está cruzado de rapidez y urgencia sino de buenas descripciones de un México visto por los ojos de un estadounidense que participó en la guerra de Vietnam, lo que sirve para ambientar a la perfección el relato y para que veamos por los ojos del protagonista desde muy pronto, aunque la narración corre a cargo de una tercera persona que nunca se aleja mucho de Harry Quinn, quien para conservar el ánimo tiene que "convencerse de que era él y solamente él", duda existencial que le iguala a muchos coetáneos. Quinn ha ido a Oacaxa para ayudar a una mujer que le abandonó a sacar de la cárcel a su hermano. Quinn anda perdido, dentro y fuera de sí mismo. Quizá por eso está dispuesto a hacer lo que haga falta y ve que está ante una última oportunidad. Richard Ford cuenta cómo Quinn y un abogado mexicano, Bernhart, van a la cárcel a visitar a Sonny y los primeros momentos de excelsitud aparecen: la cárcel y la luz recordada de Vietnam son dos paradas obligadas para la relectura de los párrafos y las páginas que se les dedican y que empiezan a darle la razón a Carver.


Texto Recomendado: Los testamentos traicionados, de Francisco Machuca

Pablo Aranda: Ucrania (y 4). Crítica


Una novela en la que hay historias de amor y de desamparo. En la que hay personajes bien creados -muy bien definidos, magníficamente alzados y continuados-, de esos que se quedan vivamente en la memoria, porque son perfectamente creíbles, identificables. Pablo Aranda es uno de los mejores escritores de aquí y ahora, no una promesa, sino el autor de un libro maduro, exigente, escrito con una solvencia que sobresale, que cautiva. Con mucha inteligencia, Aranda aborda temas muy actuales y eternos -la emigración, el desarraigo, la soledad, la delincuencia, el amor y el desamor, el paso culpable del tiempo- sin elevar la voz, sin querer sorprender y sin recurrir a estratagemas narrativas que al final de la lectura dejarían endeble el edificio narrativo.

Un malagueño se casa con una ucraniana a la que ha conocido por internet. Pero no la toca nunca. Sólo duerme a su lado y la ama y espera. Ella ha dejado en Ucrania a su hijo, en la casa materna. Y desea traérselo a España, es su meta y su mayor, casi su único deseo, lo que crea una distancia evidente e insalvable entre ella y su marido malagueño, un buen hombre, apocado, tímido, acomplejado, que en el instituto quería a una chica y nunca fue capaz ni tan siquiera de sugerirlo. Un personaje aparentemente prototípico que crece ante nuestros ojos, que adquiere vida propia, que nos involucra en sus pensamientos, carencias, miedos y sueños. En torno a él se mueven un hermano mayor muy querido por la madre, que come pipas y masca sus desengaños, unos amigos que no saben si se quieren ni si dejarán nunca de quererse, otros inmigrantes que buscan el dinero fácil, incluso un asesino que mata con una Mauser provista de mirilla. Y Aranda aporta, además de personajes, una escritura valiente, dúctil, que no tiene nada que ver con la frase corta y muy puntuada de los libros escritos para el lector de best seller, sino para el degustador, el aficionado que no se hunde en la repetición estéril, el lector amante de la buena literatura que sabe disfrutar con las frases en que hay unidas primera y tercera persona, con monólogos clarificadores y con la novela de estirpe psicológica.

Y es que, amigos, no me explico cómo después de Cortázar, de Faulkner, de Onetti, la literatura puede ignorar los avances, las profundizaciones, los logros y hallazgos: imaginaos que aún anduviéramos y desdeñásemos los coches, que no hiciésemos fotografías, que no tuviéramos cocina. La mayor parte de la literatura que podemos encontrar en las atestadas librerías obvia los adelantos, los perfeccionamientos, las indagaciones y, metida en su honda caverna reaccionaria y falsamente pura -porque cierta claridad, cierta sencillez no es sino signo de esterilidad y de pereza intelectual y creativa-, se centra en la trama, en los elementos llamativos, pero se olvida de dar un paso más, de arriesgarse, se olvida de que hay aventura en la escritura, de que está hecha para semejantes y no para inferiores: Aranda, valioso escritor que dice deber mucho a la generación del 60, que escribe sobre perdedores, es un vencedor de carrera de fondo, uno de esos autores que construyen su obra por encima del ruido, sabedores de que quedarán, de que lo que hacen es para el ahora y para el futuro. Un escritor de verdad.

Pablo Aranda: Ucrania (3). Escritores y prostitución intelectual

Poco que añadir a lo que piensa Leo, un personaje de la novela cuyo padre fue emigrante:
"...mi padre... me acuerdo de cuando me decía niño, vete a la cama que voy a contarte un cuento y esa vena creativa tiene más valor que todos los libros de esos escritores que sólo hablan de tonterías a pesar de contar con el control de la herramienta más poderosa que nunca se ha descubierto, el arma más mortífera: la palabra, esos escritores y sus bagatelas, intrigas para distraer los fines de semana de la burguesía que compra sus libros, prostituyéndoles, eso se llama prostitución intelectual, como si las pobres inmigrantes que se ven abocadas a malvender su cuerpo, capital humano, tuvieran otra salida, inmigrantes como mi padre, viajeros de la necesidad, no turistas como los que habitan ese mundo de retroalimentación que es el de los burgueses y los escritores que escriben para ellos, para que les monten ferias del libro y ellos aparezcan en los periódicos y les den la mano a alcaldes que no son capaces de arreglar los barrios, porque no interesa". ¿Qué se puede añadir?

Pablo Aranda, Ucrania, la literatura, nocillas dreams, la crítica y todo lo demás


Jodidos tiempos estos, en los que hay que luchar para defender lo evidente.
Es una frase que leí hace tiempo y que me acompaña desde entonces, me persigue, me identifica también."Ucrania" -narración que no es negra aunque tiene un asesino dentro - me parece una novela muy destacable, de esas que brillan con luz propia, sólida y vigorosa, una novela de novelista de raza, de gran prosista, de un autor al que habría que celebrar que tengamos por aquí, tan cerca, ya ves, en Málaga.
Pablo Aranda es un escritor importante, un tipo con muchas lecturas en el cuerpo que sabe de qué va la cosa, de qué va esto de la literatura. Es indignante - y me indigna- que esta novela no tenga la repercusión merecida, que no se ensalce la creatividad de un autor capaz de adoptar tantos y tan diversos estilos, de abordar temas absolutamente palpitantes con profundidad y sin perder nunca la perspectiva estrictamente literaria, sin caer jamás en las descripciones cinematográficas ni en el estilo periodístico.
Esta novela de Aranda es literatura de la buena y merece realmente la pena. Merece la pena para aquellos que no estamos atados a nada y que queremos seguir disfrutando con la literatura de calidad, valiente, creativa, con la literatura en letras mayúsculas, con buenos personajes, atenta a lo que pasa aquí y ahora, con frases memorables y fragmentos inolvidables, que nos hablan de nosotros con fortuna y sinceridad, sin engañifa, sin escuadra y cartabón, sin medir riesgo y recompensa monetaria. Los lectores queremos entretenimiento, diversión, pero también arte. Y no nos importan la economía, las ganancias y tantas justificaciones engañosas. Lo dicen muchos: el verdadero escritor escribe aunque no le publiquen. Bueno. Yo apuesto por escritores como Aranda, al que no conozco sino por la lectura de sus libros, y me siento obligado y feliz de poder deciros estas cosas, amigos.

Pablo Aranda: Ucrania


(Texto que apareció primero en el otro blog en que escribo y que traigo aquí porque creo que este escritor malagueño, realista, con una prosa eminentemente creativa, ha escrito una novela necesaria, muy necesaria)


Claro que hay clásicos, pero también autores nuevos en este blog: gente que tiene una tradición detrás y no lo olvida, la asume y crea con muchas enseñanzas bien aprendidas. Pablo Aranda es un escritor que llamó mi atención con una novela anterior, "La otra ciudad", porque la prosa me parecía sugerente, creativa, porque el tono era cercano y realista, cualidades que están presentes en "Ucrania", novela con temas que quizá en manos de otro serían vistos de una manera más liviana, cercana al cómic y la historieta, pero que Aranda literaturiza con acierto: internet, conocerse mediante mensajes de correo electrónico, con el único aval de las fotos, la soledad del que busca, la soledad del que padece y quiere huir, la explotación en el trabajo. Es el punto de partida de una novela en la que se apuesta por el lenguaje, por una narración que es materia prima y materia esencial de una trama en la que vemos al protagonista viajar a Ucrania al principio de la novela, siguiendo el rastro de una mujer. Hay un uso hábil del impresionismo, de los fragmentos que nos llevan adelante y atrás, como si paladeásemos con deleite a la vez el postre y la comida; y Aranda además tiene un oído excepcional para el diálogo, para recoger las frases que están en la calle, en la boca de los españoles de este momento, con esos usos, giros, exclamaciones que revelan al buen escritor realista. Y no estamos sobrados precisamente de autores que hablen de la realidad conociéndola, amigos, que hablen de la realidad de la calle, de la realidad social y política de nuestro país, ni mucho menos. Por eso este libro de Aranda se merece, nada más empezar a leerlo, un pequeño reconocimiento, un pequeño aplauso.

Nicolas Freeling: Amor en Ámsterdam (4). Historia de amor


La segunda parte de la novela no tiene absolutamente nada de policíaca y es una historia de amor, enteramente. Se narran las vivencias de Martin y Elsa, la mujer asesinada, desde que se conocieron hasta que su relación acaba, cuando Martin conoce a Sophia y se enamora de ella y tiene el valor de dejar a Elsa, que le ha vampirizado, lo ha reducido moralmente, lo ha hecho más pequeño como persona y como ser humano con sus tejemanejes, sus manipulaciones y su instinto sexual educado y preparado para ser usado como un instrumento. Es una pena que esta novela no se reedite, porque se vería que en ella hay huellas de Dostoievski -en los diálogos y en los movimientos de los personajes y en cómo se relacionan entre ellos, en la propia prosa que narra abarcando períodos largos de tiempo en unas pocas líneas, en la catadura de algunos personajes, en sus invocaciones de acuerdos y en sus planteamientos de atracción y rechazo-, de Balzac -el cronista de ambientes, de personajes con doble moral, de las fiestas mundanas, de tipos que desean ser artistas y son vencidos por las circunstancias- y de Scott Fitzgerald -los héroes venidos a menos ante sí mismos, los testigos que narran y se involucran a medias, la sensación irrebatable de que la comedia acabará en tragedia-, maestros de la narrativa a los que no deja malparados Freeling ni mucho menos pues extrae las influencias y crea una historia con sus mimbres y su psicología de manera irreprochable.


(Foto: Lee Friedlander)