La segunda parte de la novela no tiene absolutamente nada de policíaca y es una historia de amor, enteramente. Se narran las vivencias de Martin y Elsa, la mujer asesinada, desde que se conocieron hasta que su relación acaba, cuando Martin conoce a Sophia y se enamora de ella y tiene el valor de dejar a Elsa, que le ha vampirizado, lo ha reducido moralmente, lo ha hecho más pequeño como persona y como ser humano con sus tejemanejes, sus manipulaciones y su instinto sexual educado y preparado para ser usado como un instrumento. Es una pena que esta novela no se reedite, porque se vería que en ella hay huellas de Dostoievski -en los diálogos y en los movimientos de los personajes y en cómo se relacionan entre ellos, en la propia prosa que narra abarcando períodos largos de tiempo en unas pocas líneas, en la catadura de algunos personajes, en sus invocaciones de acuerdos y en sus planteamientos de atracción y rechazo-, de Balzac -el cronista de ambientes, de personajes con doble moral, de las fiestas mundanas, de tipos que desean ser artistas y son vencidos por las circunstancias- y de Scott Fitzgerald -los héroes venidos a menos ante sí mismos, los testigos que narran y se involucran a medias, la sensación irrebatable de que la comedia acabará en tragedia-, maestros de la narrativa a los que no deja malparados Freeling ni mucho menos pues extrae las influencias y crea una historia con sus mimbres y su psicología de manera irreprochable.
(Foto: Lee Friedlander)
(Foto: Lee Friedlander)