La novela negra empezó a tener una seria presencia literaria con Dashiell Hammett. Después Raymond Chandler -"El largo adiós" es uno de los mejores libros de ficción del pasado siglo, más allá de cualquier encasillamiento y atendiendo sólo a sus logros- y Ross Macdonald -con quien este subgénero llegó a la universidad, gracias a obras como "El hombre enterrado"- ahondaron y ampliaron las fronteras de una manera de contar y enfrentar la realidad tan realista y crítica y hasta comprometida -esa palabra que quieren desgastar con usos derivados pero no lo consiguen los expertos en hacer tabula rasa con todo, posmodernismo agresivo de por medio- que los lectores se sumaron por millones y la novela supo arroparse con fuerza y talento para llegar a los que leen poco, a los que sólo leen obras de misterio y a los que nos formamos leyendo a autores como Juan Benet y Julio Cortázar.
Pero la herencia de estos grandes autores está presente en pocos escritores posteriores. Como era de esperar, como ocurre con los thrillers cinematográficos, la dispersión la causan los aspectos superficiales, el ensimismamiento y la insistencia en el modelo hasta volverlo plano, absurdo y finalmente sólo un producto metaliterario, espejo ante espejo, vacío ante el vacío.
Por eso, la aparición de novelas como Y punto. suponen una alegría para el lector que no quiere más pastiches, que quiere buena literatura con policías y ladrones dentro. Que la haya escrito una autora española, alguien cercano y accesible, aumenta la satisfacción. Mercedes Castro sabe de literatura, conoce la novela negra y sabe distinguir y sabe ver cuáles son los caminos, las sendas que continúan las iniciadas por los maestros de este tipo de novela. Sin complejos, sin cortapisas, narra en Y punto. varias historias familiares, las aventuras y desventuras de una joven subinspectora de policía de Madrid -aunque gallega- y nos pone ante la realidad más cercana, ante la corrupción más cercana, ante los miedos y las inseguridades más próximas y más reconocibles, observando a la gente de la clase media, a la gente de la clase alta, a la gente sin clase.
Mercedes Castro escribe en una tercera/primera persona continua con mucho acierto, lo que le lleva a uno a preguntarse cómo no hay más escritores que utilicen este recurso tan adecuado para narrar lo exterior y mostrar lo interior del personaje al unísono, en planos complementarios y que sirven para estar en la acción y en lo que se piensa, en lo que se dice y lo que se calla, en lo que se imagina y se finge no saber. Así, no sentimos jamás cansancio, no nos pesan en ningún momento las 623 páginas, e incluso abandonamos el mundo ficticio de Clara Deza con pena, como si nos expulsaran de un lugar en el que ya creíamos estar firmemente asentados.
Cuando aparece muerta una prostituta, cuando Clara está a punto de ser arrojada desde la terraza de un edificio, cuando ella recuerda a un confidente y amigo muerto, cuando una suegra habla de desaparecer, en cinco o seis escenas claves Mercedes Castro apuesta por la mejor creatividad y deja momentos destacadísimos, memorables.
En Y punto. hay un personaje que se alza vivo y creíble, una voz que marcará la trayectoria de Mercedes Castro y la jalonará de continuas comparaciones, me temo. Clara Deza, ese personaje, tiene una fuerza, una viveza, un uso del vocabulario y una sinceridad que resultan deslumbrantes y se ganan la complicidad y el reconocimiento de inmediato. La novela es ella.
La novela, por supuesto, tiene fallos. Pero son menores. Estimo que las comparaciones cinematográficas, el acogerse en ciertos momentos al guiño y la parodia de personajes del cine resta intensidad y verosimilitud a algunas escenas y personajes, como pasa con Malde, a quien Mercedes Castro dibuja de manera demasiado sintética. También algunas apariciones de personajes en escena, de sopetón, chirrían en manos de Castro, no están a la altura de su talento. Sin embargo, puedo decir que no empañan la enjundia, la apuesta ambiciosa y lograda que supone esta magnífica novela negra. Con libros como éste crece un género.
La novela, por supuesto, tiene fallos. Pero son menores. Estimo que las comparaciones cinematográficas, el acogerse en ciertos momentos al guiño y la parodia de personajes del cine resta intensidad y verosimilitud a algunas escenas y personajes, como pasa con Malde, a quien Mercedes Castro dibuja de manera demasiado sintética. También algunas apariciones de personajes en escena, de sopetón, chirrían en manos de Castro, no están a la altura de su talento. Sin embargo, puedo decir que no empañan la enjundia, la apuesta ambiciosa y lograda que supone esta magnífica novela negra. Con libros como éste crece un género.