Previsible, intensa y proclive a dejarlo todo atado y bien atado, sin un elemento sobrante, esta película tiene a su favor el haber contado con dos actores de categoría (Samuel L. Jackson y Ed Harris, éste último uno de los pocos que pueden presumir de no tener altibajos en su carrera y hacerlo siempre, como mínimo, bien), una puesta en escena cuidada y algunas ralentizaciones que no aportan poesía pero sí dejan espacio para meditar un poco y ver en perspectiva la historia. No es una gran película, pero está muy por encima de casi todas las que hoy en día llegan a los cines provenientes de los Estados Unidos y logra acercarse en algunas escenas (con Jackson y Harris recordando que eran compañeros, que pueden seguir siéndolo) al mejor cine negro clásico. Abusa de los tópicos de la ausente a la que se echa mucho de menos, de la bondad de las relaciones familiares, y también insiste en el tema de la corrupción policial sin llegar a descubrirnos nada nuevo, pero orilla con tacto los aspectos más trillados de tantas otras tramas que desembocan en clase B directamente. Y que haya palabra, diálogos, personajes y no tiros por doquier y una banda sonora matizada, variada, sin chanchán y ritmos frenéticos resulta todo un acierto. No es una obra maestra esta película, está más cerca del puro entretenimiento, pero sin excesos de cartón piedra, sin trampas idiotas y con un cierto swing en su desarrollo, no es rechazable y deja al espectador con más ganas de ver cine negro. Lo que no es poco.