Recuerdo que, tras una larga etapa alejado de la literatura, leí dos libros que me animaron a regresar a mi mesa, a mi lápiz y mi papel para anotar los nombres de los personajes: "Pastoral americana", de Philip Roth, una obra mayor la mires por donde la mires, y "La versión de Roger", una novela poco conocida de Updike que le recomiendo a todo el mundo. Cuando me acerco al final de "Terrorista" no puedo dejar de acordarme de esa época en que leía en los autobuses, junto a la ventana, la mente abierta a la ficción y cerrada a la rutinaria realidad, a la disminuida realidad en la que nos obligan a vivir. Y se debe a que también en esta novela consigue Updike emocionarme, me provee de nuevas meditaciones e ideas y me hace sentir que estoy viviendo unos momentos inolvidables en mi vida de lector. Acabo de dejar atrás unas págnas en que una pareja se separa, de repente, como si se hubiera producido un corte o un disparo inesperado, que deja víctimas. Narrar una escena romántica -una separación es ineludible en toda historia amorosa, ya sea definitiva o temporal- sin caer en el sentimentalismo ni en el humorismo idiota -a lo que se han aficionado cada vez más escritores, epígonos de Woody Allen-, sin alejar al lector y sin acercarlo demasiado tampoco, es una tarea difícil, apta sólo para maestros, y Updike lo consigue en diez páginas llenas de contenido, de belleza soterrada y de desilusión palpitante. Unas páginas de escritor clásico y al tiempo de escritor rabiosamente actual que hacen que -parecía imposible - aumente mi admiración y mi gratitud por este autor que quizá es el mejor de su generación y uno de los tres o cuatro vivos más grandes de este mundo lleno de asuntos aún por analizar, por narrar, por hacer comprensibles mediante la literatura.