Que un thriller -así lo describe la editorial en la fajilla, según palabras de Justin Cartwright, de The Independent- empiece con un párrafo tan bien escrito y lleno de adjetivos me complace enormemente: "tentadoras melenas", "flamantes pendientes", tatuajes fatuos", "desaire apático". Quiero esto decir que la novela en que hay acción también puede dar cobijo a la gran literatura y que algunos estilistas -en España tenemos a un gran escritor, que cuida y mima su prosa: Eugenio fuentes- pueden escribir sobre temas de acción sin que se les mire por encima del hombro. ¿Quién va a poner en duda ahora la importancia de John Updike, uno de los escritores esenciales de nuestra época? Partiendo de una tercera persona muy pegada al protagonista, Updike pasea la mirada por los estudiantes, sus figuras engalanadas y las aulas del instituto en que estudia Ahmad, un chico de dieciocho años que no ve a semejantes sino a demonios encarnados en los cuerpos de los que comparten espacio con él, demonios que "quieren llevarse a mi Dios". Y en su fuero interno late un deseo incontrolado, aniquilador, una fuerza que quizá, para que no le destruya, tendrá que salir matando y borrando a esos demonios. Updike, valiente, actual, profundo, escribe una novela para almas que no duermen lánguidas ni para los que están de vuelta de todo. A veces, todavía, abrir un libro puede ser una verdadera aventura moral, puede ser decisivo en nuestras vidas. "Terrorista" empieza con un órdago a la grande.