Ha estallado una bomba en un edificio en cuyos bajos hay una mezquita. Muertos, heridos, confusión, ruido de ambulancias, muchos cámaras de televisión, jóvenes armadas con micros buscando cazar exclusivas, policías y Javier Falcón al frente de la investigación. Son muchas páginas y están narradas con gran pulso, verosimilitud y los detalles necesarios, sin sensacionalismo, de manera vívida y reveladora de la potencia creadora de Wilson, en la que hay imágenes perfectamente adaptables al cine pero también continuas meditaciones sobre la marcha y lo que vamos viendo que son pura literatura, esos elementos que engrandecen el noble arte de la ficción. Un poco más adelante hay un ejemplo magnífico, cuando Falcón visita una empresa llamada Informaticalidad: la narración, en una tercera persona muy próxima al personaje, alterna la acción con rápidas meditaciones que dibujan a la perfección lo que ve y siente un Falcón fastidiado, incómodo en aquel lugar:
- ¿En su empresa hay mujeres, señor Torres?
- La recepcionista que le ha atendido es...
- ¿Cómo hace la selección de personal, señor Torres?
- Ponemos anuncios en escuelas de administración de empresas y en agencias de colocación.
- ... ¿A cuánta gente han despedido este año?
- A nadie.
- ¿Y en los dos últimos años?
- A nadie. Nosotros no despedimos a nadie. Se van solos.
- Así les sale más barato.
Falcón no puede dejar de ver dónde está, y en el servicio descubre "una placa electrónica sobre cada urinario en la que aparecían citas de la Biblia y máximas inspiradoras sobre el mundo de los negocios. Informaticalidad extraía lo mejor de sus empleados rodeándolos de una cultura no muy distinta a la de una secta religiosa." La empresa es propiedad de un grupo inversor estadounidense. Ya fuera, observa Falcón que "El edificio de Informaticalidad , una jaula de acero recubierta de cristal opaco, reflejaba los alrededores. En lo alto del edificio había cuatro banderas con logos de empresa: Informaticalidad, Quirurgicalidad, Ecograficalidad, y por último un cartel un poco más grande que mostraba unas gafas a través de las cuales se veía un horizonte y, por encima de ellas, la palabra Optivisión. Alta tecnología, instrumentos quirúrgicos robóticos, máquinas de ultrasonidos y equipo de láser para corregir defectos visuales. La compañía tenía acceso al funcionamiento interno del cuerpo. Podían ver en tu interior, quitarte e implantarte cosas y asegurarse de que veías el mundo igual que ellos. Eso desasosegó a Falcón."
- ¿En su empresa hay mujeres, señor Torres?
- La recepcionista que le ha atendido es...
- ¿Cómo hace la selección de personal, señor Torres?
- Ponemos anuncios en escuelas de administración de empresas y en agencias de colocación.
- ... ¿A cuánta gente han despedido este año?
- A nadie.
- ¿Y en los dos últimos años?
- A nadie. Nosotros no despedimos a nadie. Se van solos.
- Así les sale más barato.
Falcón no puede dejar de ver dónde está, y en el servicio descubre "una placa electrónica sobre cada urinario en la que aparecían citas de la Biblia y máximas inspiradoras sobre el mundo de los negocios. Informaticalidad extraía lo mejor de sus empleados rodeándolos de una cultura no muy distinta a la de una secta religiosa." La empresa es propiedad de un grupo inversor estadounidense. Ya fuera, observa Falcón que "El edificio de Informaticalidad , una jaula de acero recubierta de cristal opaco, reflejaba los alrededores. En lo alto del edificio había cuatro banderas con logos de empresa: Informaticalidad, Quirurgicalidad, Ecograficalidad, y por último un cartel un poco más grande que mostraba unas gafas a través de las cuales se veía un horizonte y, por encima de ellas, la palabra Optivisión. Alta tecnología, instrumentos quirúrgicos robóticos, máquinas de ultrasonidos y equipo de láser para corregir defectos visuales. La compañía tenía acceso al funcionamiento interno del cuerpo. Podían ver en tu interior, quitarte e implantarte cosas y asegurarse de que veías el mundo igual que ellos. Eso desasosegó a Falcón."