Nicolas Freeling: Amor en Ámsterdam (1) Cuerpos y personas.


No me gustan los CSI porque son una vuelta a Sherlock Holmes, a las pistas y los análisis hiperlógicos y cientifistas, que sirven y no sirven: sirven para entretener pero no sirven para conocer más al hombre. Prefiero una serie como "Caso abierto", en la que prima la explicación humana, psicológica. Igual me ocurre con las novelas. Nicolas Freeling es un autor de probada capacidad para crear atmósferas en las que se huele a las personas, se les ven las caras y las costuras de sus almas. Sé que me aferro a una manera de hacer del pasado, que no voy con los tiempos, que en este blog a veces parece que escribo con una chaqueta añeja y un sombrero en la cabeza, pero el lector atento es consciente de que sólo se trata de una primera impresión: yo defiendo con el mismo empuje al Vázquez Montalbán de "Los mares del sur" que al Raymond Chandler de "El largo adiós", pongamos por caso. No se trata del tiempo, de la época, sino de lo que nos cuentan, de las miras del escritor, de sus preocupaciones sociales. Freeling lo deja bien claro en las primera páginas de esta novela que incia la serie del inspector Van der Valk, mucho más interesante que el Wallander de Mankell, el Brunetti de Leon y que el Parker de Connolly. Pronto nos advierte del camino que no recorrerá al hablar de una asesinada, que para la policía y para el forense "ya no es una persona, sépalo usted, sino una práctica médico-legal", catalogación que Freeling se empeñará en desmentir con su escritura magnética, sus diálogos creíbles y su cultura humanista.