Nicolas Freeling: Amor en Ámsterdam (y 5). Crítica (y alegato contra el sistema editorial)


Voy a decirlo claramente, sin rodeos: esta novela es muy superior a la mayor parte de las que se escriben ahora, del género negro, porque es sincera y no es un producto. La mayor parte de lo que leemos últimamente, eso que llamamos novedades, está plagado de repeticiones, de insistencia en los temas -si al menos fueran variaciones-, de desmemoriadas creaciones que pretenden no saber del pasado, como si meter la cabeza bajo el ala bastara para eliminar lo que los demás vemos y sabemos. La novela negra necesita a autores como Freeling, con la honestidad en la base de su escritura, esa honestidad del que tiene algo que contar y lo cuenta sin trampas, del que es escritor antes que sujeto en nómina o comisionista, como me parece que son muchos otros. Nicolas Freeling tenía un mundo, unos personajes, y eso se nota. Quizá algunos penséis que soy un nostálgico. Os equivocaríais. Sólo tenéis que ver qué libros se comentan aquí. No es éste un blog anclado en el pasado. Pero sí es un blog escrito desde los márgenes, fuera de los circuitos, alejado de los lugares comunes y las aceptaciones vanas y mentirosas. La novela negra vive una época buena porque se publican muchas novelas negras, porque se la empieza a tener en cuenta en los círculos más cerrados y elitistas, porque hay autores, como Lorenzo Silva, que escriben sin complejos y con mucha calidad. Pero una cosa es el escritor y otra el sistema editorial, que, como hace poco decía alguien a quien admiro profundamente, alguien que no se vende y no se entrega, alguien llamado Juan Goytisolo, está creando y criando autores que paren productos y no obras literarias serias. El sistema editorial, antes, recordaba Goytisolo, vendía libros fáciles y destinados al público mayoritario y con los beneficios de esos aciertos de ventas apostaba por los autores que escribían únicamente buena literatura, sin pensar en el público ni en las ventas, pero sabiendo que serían éstos los que se mantendrían, los que les darían prestigio y serían celebrados y reconocidos. Pues bien: el sistema editorial también ha decidido que sus productos sean lo único y, así, en nuestro amado género, empezamos a ver que se nos quieren colar como grandes a los que no son más que entretenededores de la cosa, escribas que ejecutan pero no crean, que fusilan si hace falta -en nuestro país hay unos cuantos que callan cuando los pillan, o peor: se defienden hablando de intertextualidad-, que ejercen un oficio y que no aman la literatura, sino los dividendos, los euros. Allá cada cual con su conciencia, siempre lo he tenido muy claro, pero yo no voy a participar en esta ceremonia de confusión y vergüenza que, pese a lo que parezca, sólo sirve para echar lectores fuera, no para crear nuevos ni para mantener los que hay, porque bajar el nivel no es el camino, no es la razón, no ha de ser el espacio para la satisfacción ni para la gente honesta. El convencimiento de que la literatura sirve para algo va cuesta abajo, la labor de los que detentan ciertos poderes es clara -como en las mejores novelas negras, se desacredita, y así se anula cualquier mensaje-, la pasividad de los que escriben ficción, su conformismo, su mano en el bolsillo para que no se les pierdan la cartera y la tarjeta de crédito me parece deleznable. Cuando en las colecciones de novela negra aparece un gran autor con un gran libro y, a continuación, siete productos que nada aportan y no son más que creaciones autocensuradas para que el sistema editorial las acepte, cuando se nos vende que los ocho son buenos, maravillosos escritores, uno se cabrea, se siente decepcionado. De nuevo, gato por liebre. Ahora que, por fin, se empieza a respetar a nuestro querido género, otra vez ganan los mercaderes y no se arriesga, no se apuesta, se busca la repetición, la fórmula del éxito/venta y se dejan de lado las verdaderas obras innovadoras, profundas y sugerentes. Nicolas Freeling está olvidado en España. Eso me mueve al enfado, a este enfado. No se le reedita, no se le menciona, no se le recuerda, no se le pone en el lugar que conquistó con una buena prosa, con personajes bien dibujados y con páginas en las que no brilla el fulgor del dinero -escaso siempre, casi siempre en la literatura, excepto en el caso de los grandes vencedores, que son ya otra historia- sino la paciencia, el trabajo de elaboración y construcción, el diálogo con los clásicos y con el tiempo absolutamente próximo, la honestidad del que escribe siempre para sí mismo y se exige más que nadie, sin olvidarse por eso de que puede haber otros lectores. "Amor en Ámsterdam" es superior al ochenta o noventa por ciento de lo que hoy, en España, en el género se publica. Tenía que decirlo para que me doliera menos el estómago, para que se me disipara un poco el enfado. Cuando acabas de leer esta novela no te sientes engañado, defraudado, no piensas en meter el libro en el estante y hasta el siglo que viene, hasta otra vida, sino que te sientes agradecido, deseas compartirlo, dejárselo a un amigo, charlar sobre el crimen, la policía, las víctimas y los culpables, sobre el ser humano visto por Freeling: al lado de un ventanal, en una cafetería sin mucho ruido, con alguien que te escucha y vertirá sus opiniones cuando tú te calles. Y es que Nicolas Freeling escribía libros que pueden suscitar diálogos. Ay, diálogos, amigos, en directo y no a través del chat, como mis sobrinos, que en persona no se hablan apenas con sus conocidos pero a través del messenger son capaces de escribirse mil y una frases. Diálogo, a lo que invito siempre que escribo en este espacio gratuito, libre y sincero.


Nota: Perdonad que empiece por la crítica del libro, que es la quinta entrada prevista, pero el tema lo requería, ya que parece que entramos en un período herido y necesitado de respuesta antes de que lo inevitable domine y sea inamovible, con el libro impreso tan maltratado y despreciado. Yo, al menos, quería dejar aquí constancia de mi punto de vista. Gracias, de paso, a todos los que visitáis mi blog y, especialmente, a los que participáis en esos diálogos que se inician con los comentarios que dejáis, que nunca se quedan sin respuesta por mi parte, aunque a veces tarde en contestar y continuar la conversación.