Nicolas Freeling: Amor en Ámsterdam (2). Unas manos ávidas


La imagen es poderosa: una mujer, Elsa, ha muerto, están investigando para saber quién la mató, y el ex amante de ella va recordándola, menciona ante el inspector a los otros amantes que ella tuvo, y se acuerda de que uno, médico y amante de la música, pero sobre todo de Frescobaldi y Scriabin, la cautivó cuando alabó las manos de Elsa. Y el ex amante -qué gran caracterización de Freeling - dice, tras oír al policía afirmar que sólo se fijó en que se las mordía, que esas manos "también eran extrañas y hábiles. Cuando las extendía se le curvaban los dedos hacia arriba, y éstos también se curvaban entre sí. Los pulgares eran notables y los tenía extrañamente articulados. Eran unas manos llenas de avidez, pero extremadamente hábiles". Cómo nos habla Freeling de la mujer muerta, cómo va dando información que, hábilmente, la dibuja mejor, la hace cada vez más creíble y más presente, más protagonista de la novela, desde la ausencia y gracias a lo que otros dicen de ella. Es un método poco habitual en la novela negra, difícil, que demuestra la categoría de este escritor hoy un poco olvidado injusta, cruelmente.