Poco a poco vamos sabiendo más del pasado de Selb, que fue un fiscal nazi. Él no tiene miedo en contárselo a su clienta y eso prueba que las cosas vistas desde dentro no son iguales que vistas desde fuera: la naturalidad con que hablan del nazismo y asumen el pasado nazi alemán es revelador. Selb dice que ejerció de fiscal y era un nacionalsocialista convencido pero tuvo que dejarlo después de la guerra. Y añade: " Probablemente no pueda usted imaginarse hasta qué punto podía creerse en el nacionalsocialismo. Pero usted ha crecido con el saber que hemos adquirido desde 1945, al principio poco a poco. Mal le salió la cosa a mi mujer, que era y siguió siendo una hermosa nazi rubia hasta que se convirtió en una alemana del milagro económico metidita en carnes." La clienta, más joven, le dice más adelante: "Eso suena más a estética que a moral." Contesta él: "Cada vez veo menos la diferencia." Ella: "¿No puede imaginar algo hermoso que sea inmoral?". Él: "Entiendo lo que dice, la Riefenstahl, ´Triunfo de la voluntad´y cosas así. Pero desde que soy mayor simplemente ya no encuentro hermosa la coreografía de la masa, ni la arquitectura imponente de Speer y sus epígonos ni el hongo atómico, brillante como mil soles." Imagen ésta que azora. Y es que no es lo mismo que nos cuenten las cosas los vencedores que los vencidos, mejor dicho, no están completas si no las cuentan también los vencidos y nos hablan de cómo superaron la derrota. Selb habla del nazismo con normalidad y yo lo agradezco, porque hay que hablar de las cosas para superarlas, no hay que demonizarlas -postura insistentemente defendida por los triunfadores -, sino dialogarlas, expresarlas, hacerlas palabras y no piedras, armas arrojadizas. (Me pregunto, de paso: ¿Cómo lo contaría un africano, hoy?)