La novela se atiene a los patrones clásicos y avanza inexorablemente, sin vericuetos ni desperdicio de ningún tipo. El presunto culpable no lo es y el culpable, después de haber sido descubierto, muere. Al detective Selb lo contrata la amiga y amante del muerto, ya que cree que fue asesinado, aunque en principio las evidencias lo niegan. Selb es amigo de policías y nos ofrece este fresco cuando visita una comisaría: " Hesseler estaba sentado ante una máquina de escribir y tecleaba con dificultad. Jamás entenderé por qué no se enseña a los policías a escribir a máquina con corrección. A no ser que se quiera torturar a sospechosos y testigos con el espectáculo del policía tecleando. Es una tortura; el policía maneja la máquina de escribir desvalida y violentamente, y el aspecto que presenta cuando lo hace es de infelicidad y obstinación, al mismo tiempo impotente y decidido a arriesgarlo todo, una mezcla explosiva y alarmante. Y aun cuando eso no le incite forzosamente a uno a hacer una confesión, en cualquier caso le hace desistir de cambiar la que el policía ha confeccionado por cuenta propia, por muchas cosas extrañas que haya introducido." Una imagen que hemos podido ver en cualquier comisaría del mundo cuando nos hemos acercado a poner una denuncia por robo o por cualquier otro motivo. La voz de Selb está teñida de ironía y de ese desdén con que todo detective contempla a la policía y nos gana así como cómplices de sus aventuras solitarias, peligrosas, atrevidas.