Otro autor nuevo, otro descubrimiento interesante. Con un detective privado atípico - tiene 68 años - y una narración en primera persona muy precisa y con observaciones muy agudas. Le contratan para investigar un caso en el que parte con desventaja, ya que no entiende gran cosa de informática: en una empresa de casi cien mil empleados hay uno que se dedica a moverse por el sistema inadvertidamente y hace de las suyas: les asigna más dinero a algunos compañeros, les alarga las vacaciones a otros, envía informaciones confidenciales al departamento de prensa . Han recurrido a él porque el director general, Korten, es su cuñado y un viejo amigo, lo que es de imaginar dará lugar a que el pasado tome peso en algún punto de la novela. Lo primero que hace es visitar al jefe de seguridad de la empresa y hablar con él y su ayudante sobre una lista de cien posibles sospechosos. Los empleados de seguridad apuestan ya por uno en concreto: un tal Franz Schneider, químico. La conversación no tiene desperdicio:
- ¿Cómo han llegado hasta él?- pregunté.
-Es el procedimiento habitual. En cuanto alguien pide un adelanto por tercera vez, lo examinamos más de cerca.
- ¿Y qué significa eso exactamente?
- La cosa puede llegar, como en este caso, hasta el seguimiento. Si quiere, puede hablar con el señor Schmalz, que fue quien lo hizo.
Conciso, directo, para volver a leerlo diez o doce veces, frotarse los ojos. Me he acordado de una inteligentísima película, " El método", protagonizada por Eduardo Noriega y Eduard Fernández, dirigida por Marcelo Piñeyro. La cruda -por no escribir otra palabra más contundente - realidad.