No hay en la novela excesos detectivescos, de acción ni nada por el estilo. Bien puede decirse que se trata de una novela realista con un personaje principal, detective privado, que alguna vez recurre a la violencia, pese a sus 68 años. Selb es un hombre paciente, al que le gustan mucho las mujeres, y se acerca a ellas dispuesto a conquistarlas, pero con la timidez del adolescente si le atraen demasiado; con abundantes amigos que ocupan puestos de responsabilidad y sin demasiadas tretas en la mochila: junta datos y los investiga y arriesga un poco en sus conjeturas y se mueve, visita lugares para confirmar que lo que alumbra su mente puede corresponderse con la realidad. Ésta no es fácil de afrontar, y cuando se da cuenta de que nada más puede hacer tras averiguar que un supuesto accidente encubría un asesinato, se lo comunica a su clienta, aguanta las quejas de ella, envidia " lo inequívoco de su tristeza" de mujer enamorada que ha perdido a su pareja. Pero no es un héroe clásico que se da de cabezazos contra los muros ni se mete en cruzadas imposibles: el mundo de hoy absorbe toda crítica, toda contradicción, toda investigación que pueda poner en tela de juicio su andamiaje. Y contra lo que topan él y su clienta es contra una gran empresa, no contra hombres concretos a los que pedir responsabilidades. La clienta nota que el amado se aleja ya en su memoria poco a poco, siente "frío en mi ordenada soledad." Pero no quiere aceptar aún la derrota: "¡No podemos conformarnos con esto sin más!", "No deben salirse con la suya". Selb le contesta: "No, no deben, pero lo harán. Los poderosos siempre se han salido con la suya. Y en este caso a lo mejor ni siquiera fueron los poderosos, sino un Schmalz megalómano." Ella le replica: "Pero precisamente eso es el poder, que ya no haya que actuar porque se encuentra a un megalómano cualquiera que lo hace. Pero eso no disculpa al poder." Y desgraciadamente sólo son palabras, quejas hechas palabras, y podemos imaginarnos a esa mujer caminando sola, pues le pide a Selb que no la acompañe, con la cabeza gacha y el viento alborotándole inútilmente los cabellos, una mujer hermosa y sola, sumida en meditaciones de las que no sacará a la postre más que mayor pena y más hondo dolor.