La novela avanza hacia su ineludible final, que acaso podemos intuir, pero que está contado de una manera realista, sin exageración alguna, aunque se trata de hechos definitivos -un asesinato-, que ofrecían la posibilidad del lucimiento o del exceso. Pero los autores no traicionan a su personaje, a Selb, y le dejan contar y llegar al final siendo él mismo, un personaje con amigos y con un pasado que aún puede volverse candente, ya que se trata de un antiguo fiscal nazi. Como todos los pasos dados hacia adelante le llevan finalmente hacia atrás, comprendemos mejor algunas cosas y sabemos más de los alemanes que participaron en la segunda guerra mundial y en la reconstrucción del país, lo que hicieron con sus arrepentimientos y sin ellos, sabemos de los que siguieron y de los que se quedaron atrás y también sabemos de las miserias de los triunfadores, de sus pies de barro y sus armarios sucios y llenos de huesos. Nadie escapa a la mirada de alguien que al final sabe que fuimos culpables de algo pese a esconderlo, viene a decirnos Selb antes de que acabe la novela. El problema mayor es qué hacer con los secretos descubiertos, con los impostores, los manipuladores, los asesinos. Poque no siempre la justicia puede o quiere saber.