Después de Ross Macdonald, es Walter Mosley el autor del género negro al que con más atención y placer leo. Como pocos, mete en la novela negra los temas que preocupan a cualquiera. Easy, después de encontrar a la chica blanca, va a su antiguo trabajo porque un compañero le ha dicho que le contratarán de nuevo. Se sienta ante el que fuera su jefe y "Traté de pensar qué quería Benny. Traté de pensar cómo besarle el culo sin perder la dignidad.", ya que ha de pagar su hipoteca, quiere casarse, tener hijos. Sabe que lo que le exigen a él no se lo exigirían a un blanco, que las horas extras destinadas a los "chicos" negros no pueden rechazarse. El jefe le pregunta qué quiere y espera que su boca se llene de disculpas, que sus manos se llenen de gestos sumisos, que sus ojos no le miren directamente a la cara. Pero, de repente, Easy ve en él al esclavista típico y, considerando que tiene dinero para ir tirando durante otro mes después de cobrar por el encargo de encontrar a la blanca, decide no humillarse, no tirarse a los pies del jefe, que como tantos de nuestra palpable actualidad - siglo XXI - exige sumisión absoluta. Y éste no tiene reparos en decirle que está ocupado. Pero lo llama por su nombre, y eso a Easy no le gusta. "¡Me llamo señor Rawlins!- le dije mientras me levantaba también-. No tiene por qué devolverme el empleo, pero sí tiene que tratarme con respeto... Yo le llamo señor Giacomo porque ése es su apellido. Usted no es amigo mío, y yo no tengo motivos para mostrarme irrespetuoso y llamarle por su nombre de pila.- Me señalé el pecho-. Me llamo señor Rawlins." El otro cierra los puños, pero se lo piensa mejor y acaba por decir: "Lo siento, señor Rawlins...Pero no tenemos vacantes en este momento."