No es nada fácil entender al ser humano. Menos aún entenderlo y saber cómo contar, hablar de su lado oscuro. Y ya es tarea de escritores de altísima calidad - humana y literaria- expresarlo sin apelar a lo oscuro, lo evidente, lo fácil. Walter Mosley cuenta la historia de una chica a la que su padre lleva al zoológico. Tiene catorce años. Allí ella se fija - es su personalidad la que mira por sus ojos - en los animales que se buscan para el apareamiento. El padre hace como que no lo ve, desvía su atención, pero ella se da cuenta de todo, incluso una vez ve a dos cebras y su descripción del acto es muy gráfica y hasta desagradable. Pero una vez que salen de ver el zoo, el padre la besa en los labios, dentro del coche. LA chica se deja hacer y acaricia la cabeza de su padre cuando para, la deja caer en el regazo de ella y llora. Ella consuela al padre, arrepentido. Y cada vez que vuelve a llevarla al zoo, la niña y el padre se besan como amantes y hacen lo que hacen los amantes. Hasta que un día el padre se va, abandona a la hija y a la madre, que jamás se ha enterado de lo que hacen a escondidas. Easy le pregunta - es el oyente de la mujer que cuenta su historia - por qué se fue su padre, y ella le responde que porque la conocía y no se puede estar con alguien a quien se conoce bien. La sabiduría narrativa de Mosley es tan grande que concluye ahí la historia, para que el lector saque sus propias conclusiones. La mujer, adulta, es muy hermosa y una devoradora de hombres. Cualquiera desearía estar con ella. Pero parece que puede haber una aceptación de unos hechos tan claramente censurables y no una repulsa de los mismos. La hay: mientras la mujer está recordando y hablando, aprieta en algunos momentos la mano de Easy y es esa mano la que muestra el rechazo, la que se escandaliza, la que abomina de lo que está oyendo. La mano de Easy, el narrador de la novela, que hace unas horas ha acariciado el cuerpo desnudo de la bella mujer.