Único testigo, de Peter Weir

Una película sencillamente perfecta. La historia es de las que te mantienen con los ojos pegados a la pantalla porque te lo crees todo, te importan los personajes, lo que les pase. La escena en que construyen la casa, con la impagable música de Maurice Jarré, es sencillamente antológica. Esta historia de un policía refugiado en la comunidad Amish, que se siente atraído por una mujer viuda y con un chico, nos habla del amor en otro ámbito; presenciamos una toma decisiva de decisiones de los personajes, que como en pocas películas están vivos y crecen según avanza la trama. Las escenas de acción son tan exactas y necesarias que parecen rodadas con un cronómetro en la mano y esa imagen, casi al final, cuando vienen a matar a Book y bajan las tres figuras por la carretera mientras amanece es de las que jamás se olvidan, como algunas del western clásico. Ciudad y violencia, campo y paz, tranquilidad: pocas veces el género negro halló mejores actores, director, músico y guionista. Es una película a la altura de cualquiera de los cuarenta o los cincuenta, una de las mejores de los últimos veinte años.

Eugenio Fuentes: Cuerpo a cuerpo


Es, sin duda, Eugenio Fuentes uno de los escritores que mejor prosa ofrece y que mejor definido tiene un estilo elaborado y de gran calidad. Empiezas a leer una de sus novelas y empiezas a entrar en su mundo. "Cuerpo a cuerpo" es la cuarta novela dedicada al personaje más querido de Fuentes, el detective privado Ricardo Cupido, que nada tiene que ver con los héroes estadounidenses ni en sus excesos ni en sus atmósferas de violencia, ya que se trata de un investigador creado de manera realista, pues es consciente el autor de dónde vive y qué hace su personaje y respeta la lógica y la verosimilitud, valores que en el género no sobran. La capacidad de envolver al lector es soprendente y muy destacable, como lo prueba el primer capítulo de la novela, en que se cuenta cómo Samuel, un hombre sensible y apocado, al que ha dejado su pareja, espía sin maldad a una mujer que lleva cada mañana a su hijo a la parada del autobús. Pocas páginas necesita Fuentes para crear un personaje que salta del papel y se vuelve real, que capta nuestra atención, que empieza a interesarnos y, eso es lo más grande, a preocuparnos. Queremos saber cómo va a abordar a la mujer a la que espía admirativamente, queremos saber si tendrá suerte y temple la primera vez que hable con ella, queremos saber cómo es ella, más allá de su físico. Pero antes Samuel se topa con una desagradable sorpresa: deja programada su cámara para hacerle unas fotos a la bella desconocida mientras él está en el trabajo -con qué fortuna nos narra Fuentes el deseo y el remordimiento del enamorado furtivo-y al regresar hay fotos en las que aparece ella, pero también hay otras desagradables y cruentas en las que se ve a un perro atacando a un adolescente hasta matarlo. Nada tiene que ver este suceso con el enamoramiento de Samuel, pero como estamos leyendo una novela policíaca intuimos que no es gratuito ni casual y ya nada puede separarnos del libro y de las siguientes páginas.

Bernhard Selb y Walter Popp: " La justicia de Selb" ( y 9)

La novela avanza hacia su ineludible final, que acaso podemos intuir, pero que está contado de una manera realista, sin exageración alguna, aunque se trata de hechos definitivos -un asesinato-, que ofrecían la posibilidad del lucimiento o del exceso. Pero los autores no traicionan a su personaje, a Selb, y le dejan contar y llegar al final siendo él mismo, un personaje con amigos y con un pasado que aún puede volverse candente, ya que se trata de un antiguo fiscal nazi. Como todos los pasos dados hacia adelante le llevan finalmente hacia atrás, comprendemos mejor algunas cosas y sabemos más de los alemanes que participaron en la segunda guerra mundial y en la reconstrucción del país, lo que hicieron con sus arrepentimientos y sin ellos, sabemos de los que siguieron y de los que se quedaron atrás y también sabemos de las miserias de los triunfadores, de sus pies de barro y sus armarios sucios y llenos de huesos. Nadie escapa a la mirada de alguien que al final sabe que fuimos culpables de algo pese a esconderlo, viene a decirnos Selb antes de que acabe la novela. El problema mayor es qué hacer con los secretos descubiertos, con los impostores, los manipuladores, los asesinos. Poque no siempre la justicia puede o quiere saber.

Bernhard Schlink y Walter Popp: "La justicia de Selb". (8). Como con todos en la vida.

Prefiero las novelas con muchos temas - o subtemas - porque sirven para meditar sobre más asuntos, son más abiertas y más útiles. Selb lleva en paralelo al principal un caso en que ha de aclararse si un bailarín de ballet que se ha fastidiado una pierna lo ha hecho a propósito o por accidente, encargo de una compañía de seguros. Habla Selb con dos compañeros de profesión del bailarín, llamado Sergej, y le dice uno de ellos, una mujer llamada Joschka: "Yo no sé cuánto entiende usted de ballet, señor Selb... Al fin y al cabo con nostros pasa como con todo. Están las estrellas y los que lo serán algunas vez; están los que se han librado de sus sueños de gloria, pero que no tienen miedos existenciales. Y quedan todavía los que viven en el miedo constante de no conseguir el siguiente contrato, y para los que todo ha terminado en cuanto sobrepasan cierta edad. Sergej pertenecía al tercer grupo." Con lo cual se confirma una vez más que en el trabajo de un detective tiene tanta impotancia la acción como establecer perfiles, meditar sobre la gente y su personalidad. Y de alguna manera ¿no somos todos detectives en nuestra vida cotidiana, sólo con poner el primer pie fuera de casa por la mañana?

Berhnard Schlink y Walter Popp: "La justicia de Selb" ( 7 ). San Francisco.

El caso cada vez lleva a Selb más hacia atrás y hacia el interior de sí mismo, por eso no lo da por cerrado. Viaja a San Francisco para hablar con una mujer cuyo difunto marido testificó una vez ante él, cuando Selb era fiscal. Al salir de la casa de la viuda, camina por las calles de San Francisco y su mirada europea narra: "Descendí por la colina y llegué a los muelles y naves de almacenamiento de la bahía. Hasta donde alcanzaba la vista no había taxis, autobuses ni estaciones de metro. Ni siquiera sabía si en San Francisco había metro... Por delante de mí circulaba un Cadillac negro y pesado. Cada pocos pasos se detenía, un negro con traje de seda rosa descendía, aplastaba hasta dejarla lisa una lata de cerveza o de Coca-cola y la hacía desaparecer en una gran bolsa de plástico azul. A algunos cientos de metros vi una tienda. Cuando me acerqué advertí que estaba enrejada como una fortaleza. Entré para comprar un sándwich y un paquete de Sweet Afton. Las mercancías estaban detrás de rejas, la caja me recordó la ventanilla de un banco. No conseguí un sándwich, y nadie sabía lo que era Sweet Afton, y me sentí culpable aunque no había hecho nada. Cuando abandoné la tienda con un cartón de Chesterfield, un tren de mercancías pasó de largo ante mí por el medio de la calle."

Las vidas de Celia, de Antonio Chavarrías

Creo que esta película merece la pena. Eso es lo primero que quiero decir. Las interpretaciones de Luis Tosar -uno de las más grandes actores españoles - , de Najwa Nimri y de Daniel Giménez Cacho valen el precio de la entrada. Chavarrías ha optado por mover mucho la cámara, por acercarla mucho al rostro de los personajes y por insertar poca música, lo que aleja a esta película del gran público y la acerca a lo que definiríamos como cine-arte, algo que no hay que tomarse a la ligera ni despreciar de plano sólo con saberlo. Hay una gran voluntad de estilo en esta historia hecha con fragmentos de la vida de una mujer, su marido, las hermanas de aquélla, el cuñado de aquélla y un policía. La cámara busca sus emociones y se olvida de lo que rodea a los personajes, quiere bucear en los rostros y nos lleva al fondo de algo que ha de estar a flor de piel para engancharnos y seducirnos, ya que se le exige al espectador algún esfuerzo, para qué esconderlo. Planos como el de la cara de Nawja en las vías del tren o los cuerpos de los amantes en una cama se nos quedan en la memoria fijos, enganchados sin dolor pero con gran acierto. Me parece que la película cae un poco desde su mitad y se acerca a una resolución policial en la segunda parte, lo que conduce a tomas de decisión discutibles y que le hacen perder la autenticidad del principio cuando empieza la trama a explicarse: parte del atractivo de su misterio se desvanece y se acerca a algo más convencional, esperado. Ahora bien, amigos, una trama criminal así contada, así filmada me parece muy destacable y muy recomendable. Yo diría que es una película muy literaria. Ya me contaréis.

Bernhard Schlink y Walter Popp: " La justicia de Selb" ( 6 ). Ramiro Aguilar Torres.

Internet es cada día más útil y necesario. Los blogs, por ejemplo, son una prueba de que hay cauces diferentes, de que la cultura se mueve libre y plural. Escribes en Google el nombre de estos autores y sale un texto formidable de alguien a quien no conozco, Ramiro Aguilar Torres, que habla sobre esta novela de Selb y las dos que le siguen. Diserta sobre el pasado nazi de Selb, sobre los errores políticos. Un texto que os recomiendo y que viene de Ecuador.

Bernhard Schlink y Walter Popp: " La justicia de Selb" ( 5 ). El poder, contra el poder.

No hay en la novela excesos detectivescos, de acción ni nada por el estilo. Bien puede decirse que se trata de una novela realista con un personaje principal, detective privado, que alguna vez recurre a la violencia, pese a sus 68 años. Selb es un hombre paciente, al que le gustan mucho las mujeres, y se acerca a ellas dispuesto a conquistarlas, pero con la timidez del adolescente si le atraen demasiado; con abundantes amigos que ocupan puestos de responsabilidad y sin demasiadas tretas en la mochila: junta datos y los investiga y arriesga un poco en sus conjeturas y se mueve, visita lugares para confirmar que lo que alumbra su mente puede corresponderse con la realidad. Ésta no es fácil de afrontar, y cuando se da cuenta de que nada más puede hacer tras averiguar que un supuesto accidente encubría un asesinato, se lo comunica a su clienta, aguanta las quejas de ella, envidia " lo inequívoco de su tristeza" de mujer enamorada que ha perdido a su pareja. Pero no es un héroe clásico que se da de cabezazos contra los muros ni se mete en cruzadas imposibles: el mundo de hoy absorbe toda crítica, toda contradicción, toda investigación que pueda poner en tela de juicio su andamiaje. Y contra lo que topan él y su clienta es contra una gran empresa, no contra hombres concretos a los que pedir responsabilidades. La clienta nota que el amado se aleja ya en su memoria poco a poco, siente "frío en mi ordenada soledad." Pero no quiere aceptar aún la derrota: "¡No podemos conformarnos con esto sin más!", "No deben salirse con la suya". Selb le contesta: "No, no deben, pero lo harán. Los poderosos siempre se han salido con la suya. Y en este caso a lo mejor ni siquiera fueron los poderosos, sino un Schmalz megalómano." Ella le replica: "Pero precisamente eso es el poder, que ya no haya que actuar porque se encuentra a un megalómano cualquiera que lo hace. Pero eso no disculpa al poder." Y desgraciadamente sólo son palabras, quejas hechas palabras, y podemos imaginarnos a esa mujer caminando sola, pues le pide a Selb que no la acompañe, con la cabeza gacha y el viento alborotándole inútilmente los cabellos, una mujer hermosa y sola, sumida en meditaciones de las que no sacará a la postre más que mayor pena y más hondo dolor.

Bernahrd Schlink y Walter Popp: " La justicia de Selb" ( 4 ). El amor de un detective.

Suelen los detectives tener amores ocasionales en las novelas, a lo largo de sus investigaciones, porque todos sabemos que la figura del detective privado proviene del romanticismo. Así, de los duros del principio hemos pasado - vía Philip Marlowe, el detective privado creado por Chandler, el más romántico de los escritores del género negro - a otros más tiernos y menos despectivos. Selb encuentra una compañera temporal en un restaurante y en la casa de ella hacen el amor y duermen juntos pero "Ella se volvió de lado. Yo también, así que estábamos como las cucharillas en el estuche de los cubiertos." Se levanta antes que ella y le lleva café y cruasanes a la cama. Luego, "Quise dejarla en su consulta de masajista del Collini-Center, pero ella prefirió irse a pie. No quedamos para otro día. Pero cuando nos abrazamos delante del portal de la casa nos costó separarnos." Como la vida misma.

Bernahrd Schlink y Walter Popp: "La justicia de Selb" ( 3 ). Pasado nazi.

Poco a poco vamos sabiendo más del pasado de Selb, que fue un fiscal nazi. Él no tiene miedo en contárselo a su clienta y eso prueba que las cosas vistas desde dentro no son iguales que vistas desde fuera: la naturalidad con que hablan del nazismo y asumen el pasado nazi alemán es revelador. Selb dice que ejerció de fiscal y era un nacionalsocialista convencido pero tuvo que dejarlo después de la guerra. Y añade: " Probablemente no pueda usted imaginarse hasta qué punto podía creerse en el nacionalsocialismo. Pero usted ha crecido con el saber que hemos adquirido desde 1945, al principio poco a poco. Mal le salió la cosa a mi mujer, que era y siguió siendo una hermosa nazi rubia hasta que se convirtió en una alemana del milagro económico metidita en carnes." La clienta, más joven, le dice más adelante: "Eso suena más a estética que a moral." Contesta él: "Cada vez veo menos la diferencia." Ella: "¿No puede imaginar algo hermoso que sea inmoral?". Él: "Entiendo lo que dice, la Riefenstahl, ´Triunfo de la voluntad´y cosas así. Pero desde que soy mayor simplemente ya no encuentro hermosa la coreografía de la masa, ni la arquitectura imponente de Speer y sus epígonos ni el hongo atómico, brillante como mil soles." Imagen ésta que azora. Y es que no es lo mismo que nos cuenten las cosas los vencedores que los vencidos, mejor dicho, no están completas si no las cuentan también los vencidos y nos hablan de cómo superaron la derrota. Selb habla del nazismo con normalidad y yo lo agradezco, porque hay que hablar de las cosas para superarlas, no hay que demonizarlas -postura insistentemente defendida por los triunfadores -, sino dialogarlas, expresarlas, hacerlas palabras y no piedras, armas arrojadizas. (Me pregunto, de paso: ¿Cómo lo contaría un africano, hoy?)

Francisco Afilado: Perforaciones.

Lo comenté ya antes aquí. Afilado es un escritor nuevo con un gran talento, está dotado de una de las mejores cualidades a las que puede aspirar un narrador, la capacidad de describir -sus relatos tienen un poder visual de primera categoría -, y ahora quiero destacar y sumarle otra más: la de crear una atmósfera. Esto es algo que poseen muy pocos escritores, empecinados en dar cuanto más mejor, en acumular, en dar a lo grande, pero entendiendo ese grande más por la cantidad que por cualquier otra cosa. En el relato "Compasión" asistimos a una escena dentro de un autobús de línea en la que podríamos vernos inmersos cualquier día: un compañero de viaje desconocido, inquietante, con mucho pasado a la espalda y mucho dolor en la mirada, en la boca que escupe palabras contra la navidad, contra la compasión, contra tu novia, contra todo lo que se mueve, porque el hombre que las dice está a punto de morir, te hace partícipe de sus penas. Afilado sabe que tiene entre manos una historia fuerte, impactante, e inteligentemente nos la sirve mediante un narrador aséptico, preciso, realista y transparente, que se limita a contar lo que ve y no añade nada: lo que nos hará recordar el relato no será lo que este narrador nos diga, sino las imágenes que nos transmite como si fuera un pasajero más que viaja en el autobús y cuenta lo que ve conforme lo está viendo, sin tiempo para adornarlo ni estropearlo con florituras. No es un relato perfecto, no es un relato maestro éste, amigos, pero sí me parece que estamos ante un relato que se atreve a pisar territorios poco transitados en la narrativa española, que se atreve y que con gran calidad sale con la cabeza muy alta: en España las narraciones de género nacen muchas veces lastradas por el empeño de los autores en arrojarse al pozo de la repetición o por la lástima con que, si se consideran a sí mismos escritores serios y de buena pluma, piden perdón por anticipado al atreverse a meter los pies en aguas pantanosas. Afilado es un buen escritor y presenta la narración tal y como debía de hacerlo, directamente, certeramente, creyendo en sus materiales, sin pedir perdón ni justificarse. Pongo de ejemplo este relato, pero creo que hay otros en este libro que os harán pensar que Afilado se merece más atención y reconocimiento - en este saturadísimo mundo de novedades expelidas con fecha de caducidad y efecto boomerang, desasosegante mercado editorial -, y yo apuesto por él.

Bernhard Schlink y Walter Popp: " La justicia de Selb" ( 2 ). Los policías y sus máquinas de escribir.

La novela se atiene a los patrones clásicos y avanza inexorablemente, sin vericuetos ni desperdicio de ningún tipo. El presunto culpable no lo es y el culpable, después de haber sido descubierto, muere. Al detective Selb lo contrata la amiga y amante del muerto, ya que cree que fue asesinado, aunque en principio las evidencias lo niegan. Selb es amigo de policías y nos ofrece este fresco cuando visita una comisaría: " Hesseler estaba sentado ante una máquina de escribir y tecleaba con dificultad. Jamás entenderé por qué no se enseña a los policías a escribir a máquina con corrección. A no ser que se quiera torturar a sospechosos y testigos con el espectáculo del policía tecleando. Es una tortura; el policía maneja la máquina de escribir desvalida y violentamente, y el aspecto que presenta cuando lo hace es de infelicidad y obstinación, al mismo tiempo impotente y decidido a arriesgarlo todo, una mezcla explosiva y alarmante. Y aun cuando eso no le incite forzosamente a uno a hacer una confesión, en cualquier caso le hace desistir de cambiar la que el policía ha confeccionado por cuenta propia, por muchas cosas extrañas que haya introducido." Una imagen que hemos podido ver en cualquier comisaría del mundo cuando nos hemos acercado a poner una denuncia por robo o por cualquier otro motivo. La voz de Selb está teñida de ironía y de ese desdén con que todo detective contempla a la policía y nos gana así como cómplices de sus aventuras solitarias, peligrosas, atrevidas.

Bernhard Schlink y Walter Popp: "La justicia de Selb"

Otro autor nuevo, otro descubrimiento interesante. Con un detective privado atípico - tiene 68 años - y una narración en primera persona muy precisa y con observaciones muy agudas. Le contratan para investigar un caso en el que parte con desventaja, ya que no entiende gran cosa de informática: en una empresa de casi cien mil empleados hay uno que se dedica a moverse por el sistema inadvertidamente y hace de las suyas: les asigna más dinero a algunos compañeros, les alarga las vacaciones a otros, envía informaciones confidenciales al departamento de prensa . Han recurrido a él porque el director general, Korten, es su cuñado y un viejo amigo, lo que es de imaginar dará lugar a que el pasado tome peso en algún punto de la novela. Lo primero que hace es visitar al jefe de seguridad de la empresa y hablar con él y su ayudante sobre una lista de cien posibles sospechosos. Los empleados de seguridad apuestan ya por uno en concreto: un tal Franz Schneider, químico. La conversación no tiene desperdicio:

- ¿Cómo han llegado hasta él?- pregunté.
-Es el procedimiento habitual. En cuanto alguien pide un adelanto por tercera vez, lo examinamos más de cerca.
- ¿Y qué significa eso exactamente?
- La cosa puede llegar, como en este caso, hasta el seguimiento. Si quiere, puede hablar con el señor Schmalz, que fue quien lo hizo.

Conciso, directo, para volver a leerlo diez o doce veces, frotarse los ojos. Me he acordado de una inteligentísima película, " El método", protagonizada por Eduardo Noriega y Eduard Fernández, dirigida por Marcelo Piñeyro. La cruda -por no escribir otra palabra más contundente - realidad.

Novela negra, música actual

Una vez le preguntaron a mi amigo Raimundo, en una tertulia a la que yo también asistía, qué grupo de música actual representaría mejor a la novela negra, y él no dudó en apuntar: Ska-P. Estuve a punto de protestar, de empezar una discusión con una sonrisa de suficiencia en la cara, pero la boca se me quedó medio abierta y sólo pude volver a cerrarla.

Hollywoodland, de Allen Coulter


Es difícil inventar, es difícil innovar, qué duda cabe. Una película con un asesinato y un detective privado dentro se presta al malgasto de todos los tópicos posibles. Algunos son insoslayables, alguna repetición es imposible esquivarla. Salvando algunos pequeños detalles, creo que esta es una gran película, y junto a "Match Point", de Woody Allen, y "La noche de los girasoles", de Jorge Sánchez-Cabezudo, una muestra de que el cine negro de cinco estrellas sigue absolutamente vivo y coleando, como diría el inefable Philip Marlowe. Incluso podríamos considerar "Hollywoodland" la otra cara de "Match Point", su complementaria: en ambas se habla del éxito, pero en la segunda alguien triunfa a toda costa y en la primera el éxito le es negado al que lo desea, hasta el punto de que ha de llegar la muerte para alejarlo definitivamente de cualquier posibilidad de logro. "Hollywoodland" es una obra hecha con placer, con mimo, cuidando cada detalle y cada fragmento de la historia, y el amor por los personajes se nota, traspasa la pantalla, porque el director no se ha empeñado en lucirse y ha buscado el aroma de lo clásico, la certeza de las obras clásicas, la verdad de tantas películas clásicas. No hay tiros, no hay puñetazos de más, no hay una acción descerebrada e idiota que estropee la función: hay una trama en la que es fácil involucrarse, seguir, de la que es fácil dejarse llevar. Han matado a Supermán. Los niños están tristes. Después odian al actor, por suicidarse (versión de la policía). Cuando el detective privado Louis Simo empieza a investigar todo está dicho, todo está está escrito, porque lo más importante no es cómo murió el actor que encarnaba en una serie de televisión a Supermán, sino que antes de eso habían muerto sus sueños, sus deseos, habían asesinado sus pasiones y lo habían dejado solo, solo ante sí y ante su triste vida. La madre no quiere saber si le mataron o se mató, porque le basta con que alcen una estatua en su honor, la amante llora porque no le tiene, la novia con la que no se casará le detesta, y las tres le recuerdan, pero Allen Coulter se encarga de mostrarnos que no es suficiente, que el amor a veces no basta, ni la admiración, ni las palabras, ni una presencia cálida cuando todo se ha muerto por dentro y no queda ningún fragmento de piel que pueda recibir las emociones provenientes del exterior. Ha muerto el Superman de la televisión: ha dejado tras de sí esta soberbia película -que recordaremos dentro de muchos años-, dos horas de cine que nos hablan del fracaso, la vida, las frustraciones, los amores que dejan huella y los amores que sólo son una marca en la piel, apenas más persistente que un maquillaje. Y seguramente muchos espectadores saldrán del cine tristes pero aliviados porque han visto una de esas películas que saben a verdad, a vida en una pantalla, como en los viejos tiempos.