La narración va desgranando los acontecimientos pasados (porque la historia, lo fundamental, como en las mejores novelas del género, ya ha ocurrido) de manera original y cadenciosa, como si asistiéramos a la interpretación de una sinfonía que avanza, a veces recupera un tema, otras insiste en el tema principal, otras consigue una amalgama en que todo suena pleno y veraz .El detective recuerda en un capítulo cómo lo abandonó su esposa y ahí mi admiración se vuelve hiperbólica: dicen que todo está contado (esta novela no tiene un argumento sorprendente, tampoco lo pretende), que sólo se repiten las historias, y es posible, pero os aseguro que las emociones, su aparición, su estancia en nosotros, su marcha no están todas contadas. Y mientras leo el capítulo siento y noto que hay aquí un aliento singular, una voz singular, un ritmo (una melodía triste, que va y viene, como en realidad aparece la tristeza, revoloteando primero a nuestro alrededor, tocándonos con sus negras alas, hasta al final llenarnos con su oscura presencia) que envuelve y hace partícipe (es también un ritmo jazzístico: pleno de libertad, con notas que se van y luego repican como lluvia en nuestros oídos un instante, se nos olvidan y de improviso vuelven a sonar, nos ensanchan el pecho de alegría o nos encogen, pero no hay pausa, el todo de la composición las arrastra y nosotros nos quedamos a la espera, los sentidos alerta, como si huyeran no las notas sino personas a las que necesitamos y amamos) y nos involucra. Puedo deciros que es uno de los mejores capítulos que he leído jamás. Es el 18.