La novela avanza desvelando las pequeñas imperfecciones de la vida cotidiana, el narrador nos cuenta los pequeños detalles que lo hacen todo más profundo, inasible, absolutamente subjetivo. Repasa los momentos anteriores a la muerte del adúltero, cuando lo siguió con su coche por las calles. Nos cuenta que se calló cosas que ya nadie va a saber nunca: ni su cliente, a la que ama, ni la policía, ni su hija, sólo su conciencia. Vemos poco a poco que las personas somos islas, que incluso aquellos a quienes más amamos y están más al alcance de nuestra mano, de nuestra voz, tienen tantos pequeños detalles y secretos dentro de sí que seguramente esconden otro mundo, otra persona completa de la que jamás tendremos noticias, a la que sólo esporádicamente - acaso por error - llegaremos a entrever. Un parpadeo - ¿ella es así?-, una frase - ¿ella es así?-, un gesto inesperado - ¿ella es así?-, una foto de otra época -¿ella es así?-, una grabación-¿ella es así?-, tantas pequeñeces que son pistas. Porque Swift ha elegido a un detective como narrador y su indagación es hacia adentro, busca en el interior de los hechos y las personas. También dentro de sí mismo. ¿Todo podía haber ocurrido de otra manera?, se pregunta el detective. Y repasa la noche del crimen, recuerda los días anteriores, luchando contra la fatalidad en una guerra perdida de antemano.