Hay muerte pero, sobre todo, hay amor. Ese mensaje nos lanza Graham Swift. Porque también es ésta una novela de amor. De un amor duro, de un amor casi imposible, pero amor al fin y al cabo. Un amor paciente. A su lado hay amores desvanecidos, amores que no han llegado a fructificar, amores furtivos, amores de adultos casados que no se conforman o no tienen suficiente amor, o que buscan otro porque ya no saben qué es el amor. Sabemos, leyendo páginas memorables, del amor que se vuelve despechado y empuja a matar, que pone un cuchillo en tu mano y lo mueve casi sin tu voluntad, amor que es odio pero no lo sabes hasta que has matado y te das cuenta del engaño. Se mata por amor sin saber que el amor ha desaparecido y ahora ocupa su lugar el odio. Swift habla del amor, de la pérdida del amor, de los amores que no esperan y los amores que surgen sin esperarlos. Amor y muerte, una vez más, pero no de cualquier manera, no una repetición, sino una indagación, una inmersión, la voz de alguien que ha visto matar y ama a quien ha matado. No una vez más, sino una nueva vez.