Pero un buen inicio requiere una posterior buena continuación. La niña violada ha crecido y Andreu Martín tiene que dibujarla, presentárnosla creíble con un trauma como el que sufre marcándola en su vida diaria. Y narra que conoció a un médico en prácticas un día que acudió a urgencias con las marcas de unos golpes que le había propinado su padre. El joven médico vuelve a verla y la anima a irse de casa, la invita a vivir a su lado. Ella acepta. Y el chico la ve así: " una chica de personalidad conflictiva y frágil, tan conflictiva y frágil que sólo sabía defenderla con súbitas reacciones animales". "Era solitaria y rebelde, callada y hosca, analítica, exigente y brusca. No tenía ningún interés por hacerse querer. Y esta postura que adoptaba era como una cárcel para ella. Porque, en el fondo, se moría de ganas de salir de su encierro, de liberarse, de amar. De vez en cuando, su mirada se dulcificaba y buscaba en derredor un apoyo, una mano amiga. Era demasiado joven para haber sufrido tanto. " Y es que Andreu Martín sabe hablarnos como pocos de lo que anda suelto en el fondo de nuestra mente.
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