James Bond

Vuelve ese agente con licencia para matar, un hombre al que le encomiendan casos que resuelve a su manera, ya que sólo le piden resultados, como ocurre en los actuales partidos de fútbol, ejemplo claro de lo que el capitalismo puro y duro hace con las sociedades que crea, en que no importa el pueblo, sino tan sólo los números. Siempre he detestado al personaje, siempre he detestado lo que representa y las películas que le tienen como protagonista me parecen un rancio ejemplo de machismo y salvajismo con coartada política y cultural, como mi admirado Vázquez Montalbán diría. El maniqueísmo de las tramas es tan claro - casi infantil - y los perpetradores actúan con tantos deseos de atontar al espectador, de dar gato por liebre, que me indigna y me produce una grave repulsa cada nueva película de este personaje literario y cinematográfico. Viene a nuestro país ahora una nueva película del agente que mata y come sin perder la sonrisa y creo oportuno recuperar las palabras que Luis Izquierdo le dedicaba en la introducción a la novela "La maldición de los Dain", de Dashiell Hammett (Biblioteca Básica Salvat, 1982), autor éste en las antípodas ideológicas de la creación de Ian Fleming: "Es bien sabido que, en el caso de James Bond, el individuo es sólo un vehículo de la organización que lo dirige y máscara que se pretende atractiva de la voracidad occidental encarnada en sus espías. Instrumento eficiente, su individualidad jamás podrá interferir la trayectoria ciega de su victoria, que, por cierto, jamás será personal. James Bond es un número en movimiento, jamás un ciudadano ni, mucho menos, un rebelde que consuma sus ansias de aventura apoyándose en la famosa ´licencia para matar´. Bajo su aparente desgarro, actúa la monstruosa agresividad del orden establecido. "