La novela va tocando temas que responden a las inquietudes de cualquier lector actual: el muchacho que tiene un accidente de moto y se ha tomado unas pastillas antes, el papel actual de los militares, el concepto del valor y del honor aquí y ahora, la venganza. Temas al que hay que sumar otro: la clase media. Cuando el detective pasea en bicicleta por la ciudad y entra en el barrio en que habita su clienta, se fija en que las viviendas seguramente precisarán de un costoso mantenimiento, tienen contratados servicios de alarma, y con toda seguridad las habitan gentes de clase media -"no necesariamente conservadora"- a la que el campo le queda muy lejos en el tiempo y en el espacio y para la que "el lujo no estaba en las joyas, ni en los vestidos, ni en frecuentar ambientes aristocráticos, ni en poseer fincas o fundar grandes empresas, ni en consolidar estirpes de apellidos con prestigio": se trata de una clase media "escéptica y bienintencionada que con frecuencia había tenido descendencia en los últimos años de fertilidad de las mujeres y que no aspiraba a que sus hijos fueran héroes ni hacendados ni millonarios ni genios, que tan sólo pretendía mantener su bienestar, que se conformaba con un futuro profesional para ellos similar al suyo, donde las incertidumbres, los conflictos y la inestabilidad mundial no los alcanzaran." Suscribo el análisis, y me gustaría destacar esa matización, clase media escéptica, pues también la veo yo así, escéptica, temerosa, derrotada pero sin evidenciarlo, que lleva su derrota y su aislamiento con dignidad y paciente, seguro olvido. Nuestra clase media actual, en la que cabemos casi todos.