El placer de leer una historia que va hacia adelante y hacia atrás, que muestra a personajes antes y después, en un tiempo y en otro tiempo posterior, veinte años más tarde, cuando al fin el caso que investiga Moe Prager, ex policía, cojo, nada inocente, con un apreciable sentido del humor, llega a su verdadero punto final. No siempre se cierran las historias durante una investigación, las conclusiones no siempre son definitivas, se necesita que pasen muchos años para que todo esté concluido. Reed Farrel Coleman es uno de los mejores escritores de novela negra de la actualidad, se ha ganado el reconocimiento gracias a libros como éste, en que no hay violencia campando loca y a su anchas, retorcidos secretos, fragmentación folletinesca, caracteres tópicos, sino un verdadero compromiso con la novela negra, un atrevimiento oportuno que remite a los mejores clásicos -vuelta atrás que dignifica pero no es una copia, quede claro-, una creación de personajes seria y bien matizada. Coleman ha escrito una novela negra realista, en la que el detective es inteligente y actúa a la vez por propia iniciativa y adecuadamente guiado por los poderosos y el poder, en la que las pausas tienen mucho sentido -con escenas de amor que llenan, no rellenan-, en que la gente es normal, come, bebe, disfruta y, con mala suerte, también muere. Siguiendo la pista dejada por un muchacho que ha desaparecido, este detective sin licencia - que tiene familia, hermanos, como cualquier hijo de vecino - viaja hasta el engaño, la traición, la oscuridad en que se envuelven los que tienen un cargo y lo utilizan ante todo para sus propios fines. Con gran habilidad, nos lleva por los paisajes del año 1978 y los de 1998, hace que tenga sentido ese lapso intermedio de tiempo y nos descubre qué padecimientos asolaban a los homosexuales, qué motivos pueden llevar a un hombre a meterle un revólver a otro por el ano, qué define la esencia de la autoridad y de los hombres que creen ser más que otros hombres. Novelas como ésta necesitan lectores y estoy seguro de que crean lectores, empujan a leer más, a moverse felizmente en busca de nuevos libros. Coleman quizá esté en el grupo de los que saben trazar el cuadrado perfecto.