Los sobornados (The big heat), de Fritz Lang


El gran cine, el gran arte siempre es generador de mitos, de admiradores que continúan, copian y hasta plagian. "Los sobornados" es una de las grandes películas de la historia del cine, muy imitada e inspiradora de tantas imágenes y personajes que vinieron detrás que necesitaríamos mucho tiempo y espacio para recopilar datos y citar títulos. La muerte de la mujer del policía, la rubia mala que saca su lado bueno a la luz, el gángster con buena imagen que maneja todos los hilos, los policías corruptos, los policías satisfechos de poder seguir actuando como verdaderos policías, el hombre solo que lucha contra todo lo que se ponga por delante para demostrar que la verdad sólo tiene una vía por la que transitar y una cara que ofrecer son elementos que hemos visto en infinidad de películas pero en ninguna con la intensidad, la economía de medios, la calidad con que los vemos en esta película maestra y generadora. Cuando el policía ha de salir de la casa en que vivió con su esposa -qué mirada de ese gran actor que fue Glenn Ford, perfecto en su papel -, cuando la mala muestra por primera vez su cara quemada, cuando el policía honrado ocupa de nuevo su escritorio tras volver al trabajo son momentos inolvidables, llenos de un dramatismo y una creatividad hipnóticos. "Estar sentada aquí pensando resulta muy duro para quien nunca ha pensado en nada", dice la mala, una frase antológica, llena de significado y de ese toque de magia y mixtificación que recorre todos los fotogramas de esta incomparable, inmarchitable creación que, partiendo de una novela de William P. McGivern, es una magnífica demostración de cómo se puede hacer arte con mayúsculas con una historia policíaca, negra, en la que hay un lugar para el amor, la violencia -medida, exacta-, la crítica, la reflexión y la apuesta por unos valores que nunca consiguen asentarse y permanecer intocados en nuestras sociedades manchadas por la corrupción y la avaricia. "Los sobornados" gana con el tiempo, es cada vez mejor y más necesaria. Sin investigación con sorpresas y continuos descubrimientos de cadáveres, sin exageraciones ni hipérboles idiotas, muy cerca de un cierto realismo crítico hammettiano, la considero una de las diez o veinte mejores películas de entre todas las que he visto.