Dos hombres en la ciudad: Gabin y Delon

Los ojos azules de Alain Delon, antes de que lo ejecuten, emiten una súplica muda, desesperada, que recorre el espinazo de cualquier espectador. Las palabras finales - en off- de Jean Gabin duelen: la justicia, su máquina, también mata. La justicia en esta película utiliza la guillotina. Las armas quedan para los delincuentes, los lugares oscuros también para éstos. La justicia ejecuta con luz y taquígrafos. Qué horror. La pena de muerte es una aberración, una vileza. El exceso de poder es terrorífico. Entonces, en Francia, había pena de muerte. La lucha de algunos por evitar que el estado derrame sangre es de aplaudir, merece toda nuestra aprobación. Si veis esta película comprenderéis que el que mata no siempre mata porque sí, no siempre es dueño de sus actos. Todos los actos violentos tienen un componente social que hay que escrutar y juzgar. Nadie sale de la selva dispuesto a convertirse en un asesino en serie, dispuesto a atracar bancos. Hemos creado una sociedad que a veces es un monstruo y da monstruos, engendra monstruos que son su válvula de escape, que son el aire que escapa por la válvula para que la olla no estalle. Nuestra sociedad necesita culpables a los que ejecutar como en las antiguas culturas se elegía a unas víctimas que ofrendar a los dioses. No hemos avanzado en líneas generales apenas nada, apenas nada en lo esencial: y ahora vienen otros miedos, los que nacen en la mente y nos destrozan desde dentro, como la depresión, ese inevitable mal del siglo XXI.